17/8/21

Hay otros mundos, ¡y están en este!

 

 

Fruto del ocio jubilar, con no poco esfuerzo y meritoria voluntad en el empeño, Sindo, hijo del pueblo, nos ha regalado a los villahibierenses una extraordinaria colección de diminutas herramientas, utensilios y miniaturas que nos hacen recordar lo que fuimos, lo que somos – tal como hemos escrito y publicado: «Somos lo que somos, / lo sabes bien; / somos lo que fuimos, / lo que unos y otros nos ayudaron a ser» (De «Esta es la vida»)–, y que nos retrotraen a aquellas tareas que día a día, en un pasado no tan lejano, hacíamos en las labores del campo o en las casas y cuadras y que nos permitieron salir adelante.

 

https://www.facebook.com/alejandro.gonzalezmartinez.54/videos/358261955954362

 

En el vídeo que nos brinda Sindo podréis recrearos con el escabuche, el volquete, la criba, el celemín, el honcejo (nosotros le llamábamos “hocejo”, y así lo llama Sindo todavía hoy), el arado, la artesa para la matanza, el duerno, la garlopa, la guadaña, el gachapo, la bielda, el botijo (¡No, Sindo, no; tú no decías “botijo”, que decías “barril” en aquellos tiempos recordados, como así le decíamos entonces todos los villahibierenses!), la hoz, la esquila, el horno, el arca para las hogazas de pan de dos kilos, la ceranda, la cazuela de pereruela, el escriño, el reclinatorio, Porfirio en la fragua, que estaba situada al lado del Caño, herrando una vaca, las trébedes, la olla de barro para el adobo, la lechera para entregar la leche en casa de Marcelina, el lagar, el arado de hierro, el trillo, el aparvadero y tantas y tantas otras realidades que a nuestro encuentro ha venido a acercar Sindo ahora.

Y hasta podéis imaginar a Mari Puri haciendo de las suyas, o a Rosa friega que te friega, o a Maruja peleando una vez más con las sopurrias de todos los días y los garbanzurrios de siempre, para que la señora Berta le dijera que no se levantaba de la mesa hasta que el plato no estuviera tan limpio como la patena de don Abel. O, puestos a recordar, rememorar las perronas y hasta las perrinas que nos permitían comprar una natina en casa de Petra o en el bar de Adrián ¡Ay, tiempos aquellos, que no son estos! ¿O sí?

O recordar aquella economía de trueque, llevando a casa de Petra una docena de huevos de gallina para cambiarla por un litro de aceite de oliva a granel, o ir al molino de Mundo con un saco de grano de cebada o de centeno y en pago de la molienda una parte de la harina se la quedaba el molinero, o la iguala o avenencia (“venencia” decíamos entonces) con el médico o el veterinario mediante una cantidad de grano cuando se recogía la cosecha para ser atendidos por ellos durante todo el año, o intercambiar una vez un cesto de patatas por un cesto de naranjas –¡Cómo la gozamos en aquella ocasión! Claro, hay que saber que una naranja formaba parte de nuestro regalo de Reyes–. ¡Esa es la vida que hemos vivido!

Tiempos aquellos de labranza hecha a mano, de sudor en la frente, de aperos movidos por el esfuerzo de los hombres y mujeres de Villahibiera, que no eran muy distintos de los hombres y mujeres de tantos otros pueblos de nuestra España, de esa España vacía y vaciada: Seres humanos firmes, vigorosos, recios, curtidos por el sol, enhiestos a pesar de la adversidad o de las inclemencias del tiempo o de los embates de la naturaleza; con sus ojos dirigidos a lo lejos, hacia arriba, hacia el cielo; con mentalidad religiosa acendrada y escrutando la naturaleza –mirando hacia el horizonte para adivinar si iba llover o si ya escampaba, si iba a hacer sol o si iba a helar esa noche–; y asentados firmemente en la tierra inmisericorde, desangrada y aleve de Piconariz o del Páramo, de La Solana o de Las Pedrosas, de Valdelasyeguas o de Camperas, confundiendo memoria y deseo, como hemos escrito en el poema “Oh, tiempos aquellos…”, remembranza de la Semana Santa de Villahibiera.

Hombres y mujeres villahibierenses que festejaban como se merecía cuando llegaba un recién nacido a la familia; que, si es verdad que era una boca más que alimentar, eran dos manos más que contribuirían al sostenimiento de la familia en aquellos tiempos nada fáciles.

Aperos de labranza y herramientas variadas las que nos trae Sindo, que se habían mantenido durante siglos y siglos sin modificación alguna –¿un arado romano en el siglo XX? Tal cual; todo él de madera, con una simple reja en punta para abrir la tierra–. Aperos de labranza y herramientas de tiempos donde no se conocía la máquina. Aún recordamos bien el primer tractor que llegó al pueblo –¡a casa de Alipio!–, la primera televisión –¡al bar de Adrián!–, la primera cosechadora –¡los Tesis!–. Tiempos aquellos, no tan dichosos, donde no existía tanta maquinaria específica para la realización de las diversas labores agrícolas que la mecanización de la agricultura ha traído, ni palabras como “lavadora”, “microondas”, “lavavajillas” y tantas otras que luego han venido a acompañarnos y a hacernos la vida más fácil. Tiempos aquellos a los que asociamos la primera vez que entramos en un ascensor, la primera vez que subimos y bajamos cien veces en las escaleras mecánicas (¡cosas de El Corte Inglés!), el momento en el que vimos por primera vez el tren o cuando llegamos a conocer el mar, ¡por fin!, ese inmenso mar que nos sobrecogía.

Y entonces recuerdas cómo Padre te iba dando cada vez aquella herramienta con la que mejor pudieras trabajar y cooperar al sostenimiento familiar. De ese modo si ya eras capaz de manejar un escabuche no te quedabas con una zoleta, o si podías con una horca no trabajabas con un horquín de tres dientes. ¡Ay, y qué satisfacción la primera vez que Padre te permitió utilizar la guadaña y segar a su lado! ¡Qué enhiesto y pimpante, todo un mozo, retornaste aquella tarde a casa, con la guadaña al hombro, apuntando hacia el cielo!

Y recuerdas muy bien aquel día en que Padre te dijo, después de enganchar al yugo a la Carbonera y a la Bura, que fueras tú solo a arar una tierra que teníais en el Sendero de los Lobos, no lejos del Puente Blanco, cerca de la confluencia del Corcos y el Esla. Él te puso en casa el arado de hierro encima del yugo de las vacas, lo demás ya corría de tu cuenta. No fue tarea nada fácil bajar el arado del yugo al llegar al lugar de trabajo: Primero, subir la rueda del arado al máximo, hacer que las vacas metieran sus patas delanteras en una presa de riego y luego, desde lo alto, bien empinado, con las ansias de un mozalbete que aspiraba a ser adulto, lograr bajar el arado del yugo. Y después de arar la tierra, una vez acabada la faena, más complicada resultó la operación inversa que tenía que realizar: Había que volver a subir el arado encima del yugo para retornar a casa, cuando ya la noche se aproximaba rauda. El cansancio de una larga jornada arando había menguado mis fuerzas y me costó mucha voluntad y esfuerzo y bastante ingenio lograr el cometido y así poder regresar a casa, feliz y dichoso: ¡Ya era un hombre! ¡Que se chinche Joselito, que yo ya podía ir a arar solo y a él su padre todavía no le dejaba!

Hay otros mundos, pero están en este, como tú y yo sabemos muy bien. Porque un día anduvimos unos cuantos pasos, no sé si hacia Herreros o en dirección a Villaverde la Chiquita o hacia Valdepolo –¿o fue caminando hacia Sahechores, Quintana de Rueda o Gradefes a cortejar a las mozas?– y descubrimos que al “barril” ellos le llamaban “botijo” (si es que no “búcaro”, “pipo”, “pipote”, “piporro”, “pimporro”, “barrila” o “piche”), a la “bielda” la llamaban “garia” o “gario”, a la “pusla” le decían “poisa”, y así a tantas realidades cotidianas con las que habíamos convivido durante toda la vida y que nos generaron inseguridad y anularon en gran manera nuestras más acendradas certezas. ¿Así sucedería con todo?

Y fuimos más lejos, esta vez en dirección a Mansilla de las Mulas y descubrimos que al “escabuche” había que llamarle “azada”, que la pesada “carrilla” de madera del señor Demetrio Ramos que bien conocíamos se había convertido en la “carretilla” metálica y grácil con una saltarina rueda de goma –¡ay, el señor Demetrio Ramos, siempre ponderando a Su Excelencia, el Generalísimo, ¡rediós!, si mal no recuerdo–.

O, yendo más lejos todavía, a nuestro queridísimo “gocho” de toda la vida –¡ay, gocho, cuánto te debemos!– nos lo convertían en “puerco”, en “cochino”, en “marrano”, en “cebón” y en no sé cuántas cosas más. ¡Sería posible! Y ya llegando a León a estudiar –¡Estudiad, hijos míos, porque aquí ya sabéis lo que tenéis, aquí ya sabéis lo que os espera!, decían Padre y Madre a sus cinco hijos una y otra vez–, por fin comprendimos que a nuestro “gocho” de toda la vida había que llamarle “cerdo” y no de otra cualquier manera. Y así lo hicimos –y si bien miras el vídeo, “cerdo” le llama Sindo en su presentación, aunque él y todos los de su generación y sus ancestros y los ancestros de sus ancestros y todos los míos “gocho” le llamaron durante siglos y siglos–.

Y fue entonces cuando te diste cuenta de que lo que siempre eran “Padre” y “Madre” y que se merecían un “usted” bien respetuoso y sincero de nuestra parte se convertían en “Papá” y “Mamá” en aquellas gentes urbanas y modernas, que tenían otra forma de relacionarse en el ámbito familiar. ¡Y hasta tuteaban a unos y otros y les llamaban de “tú” a sus padres! ¡Habrase visto tamaña cosa! Y no les hablaras a ninguno de aquellos urbanitas de “labradores”, que no entendían muy bien lo que eso era; acaso, si hacían un poco de esfuerzo, podían llegar a entender lo que eran los “agricultores”, pero nada más.

¿La realidad es una, o acaso es proteica y multiforme como una novela de autoficción, que da a mil caras a la vez, sin que nunca tengamos seguridad plena de en qué mundo nos movemos?

En estos días veraniegos, cuando retornamos durante unos breves momentos a Villahibiera, como muy bien escribía Julio Llamazares en El País del pasado 17 de julio, volvemos, sí, como todos los veranos, a nuestra tierra natal, a nuestro pueblo a convivir durante unos días con nuestras gentes para descubrir que todo sigue igual, pero nada es ya lo mismo porque uno ya no es el mismo que fue –Por cierto que Julio Llamazares sabe mucho de Villahibiera y de los villahibierenses, y en nuestro pueblo ha pasado muchos días de escritura creativa y de retiro interior, habitado por sus pensamientos, si bien recuerdo lo que un día me dijo en Praga cuando me contó que la casita solitaria de Carromanzana, esa casita que era de la familia del señor Quirico, le había acogido, generosa, en diversas ocasiones–.

O dicho de otra manera, como bien escribió Montaigne: “Yo ahora y yo hace un momento somos dos” (Los ensayos, Acantilado: III, 9, p. 1437). Así somos, así queremos seguir siendo, en estos mundos tan multiformes y tan nuestros.

 

31/7/21

Silencio

 

Lector impenitente de El País que es uno –por algo se le considera socio fundador honorífico de ese periódico–, se encuentra hoy en la última página con el ínclito Fernando Savater: “No iré” (https://elpais.com/opinion/2021-07-31/no-ire.html).

Dice FS, y dice bien, que él no subirá al espacio exterior como han comenzado a hacer algunos ricos para simplemente hacer turismo espacial y ver la tierra desde las alturas.

Pero Julio Llamazares: “El arte de la contemplación” (https://elpais.com/opinion/2021-07-31/el-arte-de-la-contemplacion.html) nos anima a contemplar nuestro entorno y más aún si este es desconocido. Y nos anima a hacer lo que hizo Petrarca, que subió al Mont Ventoux para contemplar el paisaje que desde allá arriba se podía admirar. En su propia confesión, según afirma JLl, Petrarca subió a la montaña “porque estaba ahí”.

“La contemplación es un arte que requiere, aparte de la disposición, una sabiduría que no se adquiere de un día para otro y que necesita tiempo, ese tiempo que tanto desperdiciamos durante el año yendo de un sitio a otro y que ahora se abre ante nosotros como una página en blanco llena de luz y de sol. Llenarla con nuestros pensamientos es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos y al mundo al que pertenecemos. Aunque algunos crean que perdemos el tiempo”, concluye Llamazares.

Seguimos leyendo el periódico y nos encontramos con los Diarios de nuestro admirado Stefan Zweig: “Más cercano que nunca” (https://elpais.com/babelia/2021-07-30/stefan-zweig-mas-cercano-que-nunca.html). ¡Pura delicia!

Y hasta nos entretenemos con la sabiduría de Manuel Vicent: “En Sicilia, lengua larga, vida corta” (https://elpais.com/cultura/2021-07-31/en-sicilia-lengua-larga-vida-corta.html), que nos invita a valorar el silencio: “Alguien le había recordado que en Sicilia el silencio es un medio de comunicación social”.

Y para concluir, qué mejor forma de hacerlo que con la viñeta de El Roto (https://elpais.com/opinion/2021-07-31/el-roto.html).




Y en ese momento uno recuerda lo que escrito está en la página 323 de esa novela que tú y yo sabemos:

«…entonces no suena –arte del silencio, si es que no es silencio del arte–, porque no deja sonar 4’33’’, su pieza insonora, John Cage. En este mundo desatado y confuso –tiempos de banalidad del bienestar, tiempos de mediocridad plomiza y hasta de vacua trivialidad–, qué difícil se hace mantener el tipo ante una obra como esta, presentada por Cage en 1952».

 


17/7/21

Nada es ya lo mismo

 

 

Con Julio Llamazares en El País de hoy, volvemos, como todos los veranos, a nuestra tierra natal para descubrir que todo sigue igual pero nada es ya lo mismo porque uno ya no es el mismo que fue:

 

https://elpais.com/opinion/2021-07-17/volver.html




 

12/6/21

¡No es eso, no es eso!

 

En el Babelia de hoy de El País aparece una columna de Jordi Gracia sobre Quasi una fantasia, el último Spp del bueno de A. Mira que le tengo respeto al crítico literario, ensayista y catedrático de literatura española en la universidad de Barcelona, pero en su recensión de este sábado escribe solo acerca de la cáscara de la nuez, de su rugosidad al tacto, de su dureza –aunque para ello no parece que haya utilizado el durómetro en el ensayo de penetración con la ayuda de un indentador– y hasta de su colorido vistoso –sin que haya hecho recto uso de la escala cromática de colores al efecto–. Vamos, que más que la crítica literaria de una obra lo que hace es cumplir con el encargo que le han hecho, y de manera rutinaria y pobre.

Jordi Gracia en su reseña hace mención de quién escribe la obra o la historia, de qué anécdotas narra y hasta del tono con el que se cuentan. Pero, lo siento: ¡No es eso, no es eso! La literatura puede que tenga algo de todo ello, pero es otra cosa y es más, mucho más. Quasi una fantasia, el último Spp del bueno de A es literatura, es novela en marcha. Y es ahí donde ha de adentrarse el crítico, no en la cáscara de la nuez.



El recensionista de Babelia no se entera de que el valor de una nuez está en el interior, y es ahí donde hay que buscar lo verdaderamente importante. Y no es que le pidamos al recensionador que perore acerca de si la nuez es o no es un fruto seco indehiscente (aquenio), monospermo y con un pericarpio duro que deriva de un ovario ínfero cuya pared está endurecida, o de si aporta aminoácidos esenciales y no esenciales, o de si consta de una concha (mesocarpio), particiones y núcleos; o, desde otra perspectiva, si está constituido por dos valvas, divididas en su interior en dos o cuatro compartimentos que contienen las semillas (endocarpio).

Del crítico erudito y sabio Jordi Gracia habríamos esperado alguna reflexión sobre la perspectiva de narración de Quasi una fantasia y acerca de ese «narrador omnisciente» que T pretende ser en la nueva entrega de esa compleja novela en marcha que es su Salón de pasos perdidos –más de treinta años dedicado a ello y veintitrés volúmenes entregados ya a los lectores no es un monumento cualquiera que pueda pasar desapercibido, que en sus hilos narrativos y en su trama emula a los Episodios Nacionales del Pérez Galdós de otra época–.



O el ensayista Jordi Gracia podría haber hecho adecuada mención a esos seres fabulosos y extraños, a esos trasuntos reales que cobran vida propia en la novela, pasando de las musas al teatro, de manera que esos pespuntes de vidas ajenas, esas máscaras de seres embozados y encubiertos pasan a convertirse en personajes reales y ciertos de esa novela en marcha que, año tras año, con tanto mérito y esfuerzo va construyendo T y entregándonosla a los lectores, haciéndose merecedor de nuestro respeto y afecto.

Y hasta pudiera haber hecho mención el crítico literario Jordi Gracia de los aforismos ingeniosos que trufan la novela, de las efusiones líricas que incorpora su autor, de las comparaciones y metáforas con que condimenta y especia la novela, y hasta de las reflexiones familiares que se integran en la trama de la obra. Por no mencionar esa almazuela, que es un juego de trucos y un tapiz de diversos y bien entrelazados hilos, que es Quasi una fantasia, bien integrada en el “Salón de pasos perdidos”.

Y bien seguro que el recensionero Jordi Gracia al analizar la obra literaria podría haber hecho referencia a los leitmotiv, a los motivos temáticos, a los hilos del tapiz extraordinariamente tupido, a los elementos estructurales y los impulsos melódicos –que a veces actúan como presentimientos y anuncio de lo que ha de venir y otras como reminiscencia de lo ya acaecido–, rememorando el tejido musical de los dramas operísticos de Wagner a la búsqueda de su gesamtkunstwerk, de su obra de arte total.

Como en más de una ocasión hemos defendido y como pusimos en práctica en esa novela que tú y yo sabemos, un proyecto artístico literario ha de ofrecer al lector un relato bien estructurado où tout se tient, una peripecia motivadora hechos sorprendentes que conecten el pasado con el más rabioso presente de la España de hoy, una voluntad de estilo que cautive y una anagnórisis final que sorprenda y arrobe.

Y aunque es justo y necesario que el creador de una obra literaria ofrezca esos cuatro elementos –relato bien estructurado, peripecia motivadora, voluntad de estilo y anagnórisis final sorprendente–, ha de ofrecer mucho más: Ha de ofrecer una cosmovisión poderosa que cree un nuevo mundo y que cree un nuevo lector y permita a este ser más, ser otro y distinto al que era en el momento en que inició la lectura de la obra.

Ahí está Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos, esa novela en marcha que por doquiera que va el hombre lleva consigo; ahí estamos; ahí queremos estar, mientras tengamos ocasión y tiempo.

 https://elpais.com/babelia/2021-06-11/las-fantasias-reales-de-andres-trapiello.html

 

9/6/21

¿Hacia dónde...?

  

Ahora que ya hemos ampliamente superado el mezzo del cammin di nostra vita y con el poeta bien sabemos que la vida iba en serio y que envejecer y morir es el único argumento de la obra –«Ibant obscuri sola sub nocte per umbram» (Eneida 6:268)–, ya no sirve refugiarnos en el interior de Sinfonía de Praga, en lo que ha de quedar de lo habido –monumentum aere perennius–.



Aunque casi encerrados con un solo juguete, la novela o la historia que poco a poco va desarrollándose y espera hacerse presente en el futuro –«Los judíos mueren en Europa y se los entierra como a perros», mal escribía Hannah Arendt en tiempos de ruido y furia de 1940–, también queremos tener tiempo para otras historias y otras músicas y otros libros. ¡Son tantos los intereses que nos acompañan y los pensamientos que nos habitan!

Así, aunque desde la distancia, hemos asistido al concierto inaugural del Festival de Primavera de Praga (Pražské jaro 2021), y nos hemos recreado con “Mi patria” (Má vlast) de Bedřich Smetana –¡cuánta añoranza en el recuerdo!–; o nos hemos adentrado en el Obecní dům para acompañar el concierto de clausura con Mahler, Britten y Beethoven haciéndonos compañía. ¿Se puede pedir más?

«Noi adavam per lo véspero, attenti

oltre quanto potean li occhi allungarsi

contra i raggi seronti e lucenti»,

bien escribió el vate italiano, que nuevamente conmemoramos este año, con traducción de José María Micó:

Íbamos avanzando en el crepúsculo,

proyectando a lo lejos la mirada

y afrontando los rayos vespertinos.




 

Y, mientras, nos entretienen y enseñan William Faulkner (León en el jardín), Louise Glück (Noche fiel y virtuosa), Thomas Wolfe (Historia de una novela), Juan Ramón Jiménez (Días de mi vida), Harold Bloom (Novelas y novelistas. El canon de la novela), Francisco Brines (Ensayo de una despedida) e Irene Vallejo (Manifiesto por la lectura).




O reflexionamos sobre la literatura como expresión estética de la ética humana (Nulla aesthetica sine ethica) «Responsabilidad ética para analizar críticamente el pasado y críticamente comprometerse con el presente, corresponsabilidad ética con el mundo que hemos de dejar hacia el futuro», como bien hemos escrito y puesto en marcha en esa novela que tú y yo sabemos.

O le damos vueltas a la cruzada pública y ya un poco cansina, por lo reiterativa, que A lleva contra la izquierda, la progresía y la moral de los creadores de arte, identificando de manera simbiótica y biunívoca al creador con su obra artística.

Y no es que A, que ya desde hace años parece que aspira a ser un «viejo agrio y disconforme» (p. 523 de su último Spp) –si es que no un simple cascarrabias–, no tenga unas cuantas razones para decir y escribir lo que de manera monotemática dice y escribe, con gran alborozo y algazara de los de la caverna. Pero, ya puesto a ello, alguna vez podría y debería enfocar otros territorios y otras latitudes, de quienes tanto podría decir y escribir y no dice ni escribe ni una palabra al respecto.



Y me es muy difícil comprarle a T su mensaje de mandar al infierno la poesía de ese poeta descomunal y excesivo porque diz que confesó que cuando era cónsul colombino y ceilanés se llevó al huerto, por la razón o la fuerza –para hacer realidad la enseña y el lema de su patria chilena–, a una joven ninfa púber tamil. ¿O es que hemos de menospreciar el valor de su obra porque diz que se diz que el poeta abandonó en 1936 a su hija Malva, con dos años de edad, afectada por hidrocefalia?




¿O quiere el bueno de A que condenemos a la hoguera la pintura tenebrista y barroca de aquel pintor italiano porque diz que ese Michelangelo milanés era un asesino público y notorio que incluso fue condenado a muerte en 1606, o sea, un poco más allá de trasanteayer? Y los que acaban de descubrir en Madrid que son dueños de un nuevo Ecce Homo por él pintado, valorado en más de cien millones de euros, no querrán que minusvaloremos su obra, aunque nada más sea por los buenos millones que van a sacar por el cuadro.




¿Y hay que negar el pan y la sal a la obra de arte de ese poeta homosexual público y confeso –sí, todos sabemos que en otros tiempos no tan lejanos el vicio nefando llevaba a la cárcel, si es que no directamente a la hoguera– porque diz que en su estancia filipina como niño rico, hacendado y tabaquero hizo de las suyas con algún agujero masculino que tuvo a su alcance, sin importarle mucho la edad de la criatura afectada? ¿O hemos de vilipendiar el Quijote porque su autor estuvo hasta tres veces penando en la cárcel de Sevilla o en la de Argamasilla de Alba, o porque tuvo algunas ocupaciones non sanctas? ¿O no habríamos de ser capaces de diferenciar entre la obra, maravillosa y espléndida –¡ay, qué triste es la muerte de los viajantes!–, y su autor, si este abandonó y ocultó cuanto pudo a su hijo con síndrome de Down? Sí, ese hijo, Daniel, que fue internado nada más nacer, en 1966, fruto del tercer matrimonio del insigne dramaturgo norteamericano, poco tiempo después de haberse divorciado de Marilyn Monroe. ¿O hemos de quemar la obra filosófica y muy marxista de quien en un acto de locura asesinó por estrangulación a su esposa Hélène en 1980?




¿Hemos de valorar Cien años de soledad (1967) en función de que GGM se declaró castrista y defensor de la revolución cubana desde 1959, o que, a pesar de los pesares, siguió siendo castrista hasta su muerte en 2014? ¿O acaso La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1966) o Conversación en La Catedral (1969) y otras obras innovadoras y valiosas de MVLl se han de considerar desde la perspectiva de que su autor era un castrista convencido hasta al menos el año 1971 (caso Padilla)? ¿O acaso esas obras del escritor peruano han de valorarse desde el liberalismo a ultranza que desde hace años defiende su autor, que en estos días promueve a Keiko Fujimori –¡lo que hay que ver, con lo que Vargas Llosa sabe de los Fujimori, padre e hija!– como mal menor frente al izquierdista Pedro Castillo para su Perú natal bien jodido?




Por no mencionar a FS el filósofo evolucionista evolutivo, que por el camino que lleva, de la manita de Rosa Díez, otra evolucionista convencida, no sabemos dónde acabará. ¿O sí? ¡Quién le ha visto y quién le ve, ni sombra de lo que era! ¿Es ese el camino a seguir? Menos mal que nos queda su obra, aunque no nos guste el personaje, y somos capaces de diferenciar entre una y otro.



O si cambiamos la perspectiva de observación, ¿cómo hemos de leer o analizar hoy día Lolita y El gran Gatsby, o La Celestina y Matar a un ruiseñor, o Tintín y Caperucita Roja? ¿Con los ojos y en el contexto artístico y social en que las obras fueron creadas o desde nuestra actual perspectiva censora? ¿Y a la esbelta y deliciosa Venus la colocamos una hoja de parra bien grande para que no se le vea el pubis? ¿Y qué vamos a hacer con El origen del mundo de Courbet? ¿Acaso ocultarlo de la mirada pudibunda de nuestra época? ¿O extendemos un paño bien tupido delante de las pinturas mitológicas de Tiziano cuando los jerarcas iraníes acudan invitados en visita oficial al museo del Prado?




Época de buenismos y de censura esta, como de vez en cuando expresa encolerizado JM en su habitual filípica dominical de EPS. Y odas encendidas y loas entregadas a Stalin, a Franco y a los sátrapas sanguinarios que en el mundo han sido, son y serán hay unas cuantas, escritas a veces por plumas bien reconocidas y prestigiadas. Tarea nuestra será diferenciar entre el autor y su obra o ser capaces de discriminar en el arte entre lo bueno y lo óptimo, valorando a cada obra artística en el contexto en el que se ha generado, ignorando aquello que no venga al caso, ¿no os parece?

 

15/5/21

¿Libertad, para qué?

 

 

¿Libertad, para qué? ¿Y tú me lo preguntas?

«Libertad para ser libres», como le respondió el gran FdelosR a L cuando este, rozagante y altivo, le inquirió en Moscú, hace ahora cien años.

¿Libertad para quién?

Libertad para AMM, que hoy en “Babelia” en EL PAÍS viene a defender refugiarse en el exilio interior ante el «sarcasmo de las brillantes inteligencias congregadas en torno» a la ínclita IA (https://elpais.com/babelia/2021-05-14/hay-que-esconderse.html).

Libertad para todos; libertad también para ti, para el otro y para mí. Libertad para que tu abuela tenga una pensión más digna, a la vez que libertad para que los menores no acompañados reciban de la sociedad lo que tanto necesitan y merecen.

Libertad para que la sanidad, pública, por supuesto, te garantice a ti y al otro, y a mí también, la salud en la enfermedad y la seguridad y consuelo en la adversidad y la vejez.

Libertad para que la escuela acoja y enseñe a todos, y muy especialmente a los más necesitados, sin guetos elitistas –OCDE dixit; la OCDE, que no es una organización trufada por el socialismo o el comunismo, señala a España como el país europeo con más escuelas gueto–.

Libertad para que A disfrute de esa medalla isidril y madrileña, que bien merecida se la tiene. ¡Pobre AT, vaya trajín que tiene estos días! AT con su Arrabal a cuestas y su nuevo Spp, que hasta la primera de EL PAÍS presentó su nueva empresa familiar, aunque sea en EL MUNDO donde él tiene púlpito para pontificar urbi et orbi, dándole sus habituales zurriagazos a la izquierda y a los progresistas. AT, que no es revisionista, aunque un sí es no es un poco «viejo agrio y disconforme» (p. 523).

Libertad para que FS, el filósofo donostiarra que acaba de defender públicamente hace unos días el derecho a la evolución, digo a la retroevolución –o evolución al revés–, para acercarse cada vez más al mono, del que él y tú y yo descendemos, aunque quisiéramos alejarnos más de él cada día. Sí, el filósofo retroevolucionista, que ya no sabe dónde dejar caer su voto; ¿o sí?

Libertad para que AG, el metafísico, se retire a los cuarteles de invierno mientras la ínclita IDA no encuentra a su ex –al que tampoco busca–, bebe cervezas sin cuento por las terrazas madrileñas y se regodea, golosa, con sus 1.629.213 votantes. IDA, que contrapone sus muchos méritos y valores a los paupérrimos 610.190 votos logrados por el metafísico para un censo electoral de 5.112.658 almas. Sí, la ínclita A, la que hace unas semanas se pateaba, sudorosa y aguerrida, las tierras catalanas, de mitin en mitin, pregonando la buena nueva española, para lograr 109.453 votos de un censo de 5.624.067 personas.

Libertad para el santo Isidro, que hoy celebramos. Libertad para nuestro santo patrón madrileño, santo patrón de los agricultores, que bien recuerdo de mis tiempos de las tierras villahibierenses, tierra vacía y vaciada, tierra de hombres y mujeres enhiestos, / curtidos por el sol, que, alienados y ajenos, / elevan ojos, voces y mentes hacia lo más alto / desde una tierra inmisericorde, desangrada y aleve.

Libertad, pues, para ser libres, tú y yo y el otro; todos; ¿te parece? Sea, pues.

 

10/5/21

Quasi una fantasia (Nota volandera para A)

 

 

Buenos días, Andrés:

Desde hace unos cuantos días me has tenido muy gratamente entretenido con “Quasi una fantasia”, tu último “spp”, y acabo de llegar al final del libro.

Si me permites, antes de nada, quiero afirmar que, aunque eres como eres, no has llegado todavía a ser un «viejo agrio y disconforme» (p. 523), aunque algo apuntas ya a ello –¡y todavía estamos en el año 2009 en esa novela en marcha!–.

Aún no ha te ha pasado lo que a FS, el filósofo donostiarra, que puede que no sepa bien de dónde viene o dónde estuvo, pero que sí sabemos muy bien a dónde va, ¿o no?, aunque puede que él parezca ignorarlo.

He disfrutado y aprendido con tu Quasi una fantasia, como lo he hecho con tus otros libros, que me ha servido para «calentar las puntas de las manos» (p. 523) a la vez que para incrementar los afectos y el respeto que tengo a tu capacidad creativa o para reencontrarme con algunas palabras terruñeras, que bien recuerdo de mis años mozos en las tierras leonesas de Villahibiera.

Así te lo dije tras la presentación de Suavemente ribera de Antonio Manilla, un día de finales de noviembre de 2019, cuando me pediste que te enviara a casa Sinfonía de Praga, que espero hayas disfrutado.

Por ello, ufano y dichoso, como un chico con zapatos nuevos, no pude por menos que hacer público y manifiesto el día que me llegó tu Quasi una fantasia a casa, el pasado 28 de abril: Miriam, gentil que es ella, me agradeció el gesto por fb.



Ah, y has de saber que me lo he pasado muy bien leyéndolo y leyéndote, intentando y logrando desentrañar, aunque no siempre, a quien se muestra/esconde tras esas letras iniciales.

Si me permites una reflexión a este respecto: Creo que quedaría mejor eliminar el punto que colocas tras las iniciales, de manera que el Joseph K. de Franz Kafka se convierta en un simple K y, por ejemplo, tu M. pase a ser M –si te da permiso Miriam– o X. y Z. se conviertan en X y Z, y puedas escribir así la fábula que unos y otros se tienen bien merecida, sin pedirle permiso a Gerardo Diego.

Así, esos seres fabulosos y extraños cobrarán vida propia y no serán un mero pespunte de vida ajena. ¿No crees que así esas máscaras de seres embozados y encubiertos pasarían a ser personajes reales y ciertos de esa novela en marcha que, año a año, con tanto mérito vas construyendo y entregándonos?

Y si me permites una recomendación más, Andrés, déjate de renovar y actualizar armas y letras, déjate de ensalzar a este Madrid de nuestros pecados y libertades ajenas que a tantos nos acoge y dedícate a tu novela en marcha, que el Arrabal es buena cuna para acoger tantos spp como tienes entre manos, que si es buena cierta distancia entre lo vivido y lo narrado –¡y ese es el mérito de la novela, que por doquiera que va el hombre lleva consigo!–, no hay que esperar doce años para que el vino envejezca sabiamente.

Me han encantado algunos pasajes de tu Quasi una fantasia, donde has brillado con especial lucidez, como la boda levantina de R y A y. sobre todo, tus narraciones de los dos viajes a París y lo allí acontecido, vivido o imaginado (tienes suerte de poder ser un «narrador omnisciente» en los tiempos que corren y deleitarnos así a los que te leemos): Tus estancias parisinas han quedado muy proustianas, tanto por lo que narras como por el estilo que las impregna. Mira que me gustan tus efusiones líricas, las comparaciones y metáforas con que condimentas y especias tu libro, tus reflexiones familiares…, pero me encanta sobre todo cuando narras y te mueves como alma en pena o como pedro por su casa, si es que no como pez en el agua, entre el vulgo municipal y espeso, aunque ese «vulgo» sean los ilustres académicos franceses.




Me alegro del paso que habéis dado: El Arrabal ya promete mucho; así que ya nos tenéis ansiosos a los entregados lectores esperando lo que se anuncia de Miriam, de Rafael o El paisaje infinito. ¡Ánimo con todo ello!

Y solo un pero: A uno le gusta descamisar –ya que no puede desnudarlos del todo, que es lo que a lo mejor quisiera– a los libros mientras los lee: Así permanecerán impolutos, sin dedos sudorosos que los marquen y ensucien, para que el día de mañana mis hijos los hagan llegar saldados a no se sabe dónde y acaben, si son afortunados –los libros, que no mis hijos–, en el Rastro para que una mano amiga como tú o quienes pervivan en esta tierra madrileña los recuperen de entre la mugre. Y no fue posible hacerlo con tu Quasi una fantasia, que tuve que retractarme casi inmediatamente, porque si no lo hacía sería la sangre de mis manos la que quedara en el bisel de la tapa, que corta como una navaja barbera bien afilada.

Me han gustado algunas de tus diatribas y sarcasmos con el lorquista excavador, que ya no se sabe si busca huesos en Granada o pretende encontrar el oro escondido por los musulmanes antes de su llorosa partida de las tierras patrias en 1492, o sobre algún académico muy ilustre, o sobre el poeta gallego que llegó a ser ministro de Cultura, y tutti quanti, que son muchos.

Aunque no he encontrado, acaso sea por falta de habilidad de mi parte, a un X que yo me sé y al que te gusta dar zurriagazos habitualmente en tu spp, del que he leído hace unos días su última novela –No pude por menos de hacerle llegar a través de intermediarios y por medio de la red pública una “Nota volandera” que estoy seguro te deleitará si la lees, donde le animaba a «seguir escribiendo, pero bien».

Por cierto, que me temo que tú has de aplicarte también el cuento de lo que le sugiero al sr. académico en la medida en que en tu Quasi una fantasia me encuentro “rió” (p. 304) o “crió” (p. 367), ¿no te parece?



Pues eso.

Un cordial saludo, y a seguir escribiendo y publicando sin que nos hagas esperar tantos años, que la vida es corta, el tiempo apremia y cuando tengamos puesto ya el pie en el estribo y con las ansias de la muerte, como Él escribió…

 

9/5/21

«Rosas en primavera, ¡eso recojo!»

 

 

Más de un año hacía que no pisaba la sala de conciertos del Auditorio Nacional de Música y con mi abono del Teatro Real casi ya apolillado por falta de uso (ni Rusalka, ni Don Giovanni, ni Siegfried he podido ver esta temporada).

Pero hoy es el Día de Europa y, ya vacunado, el concierto del Auditorio Nacional me estaba esperando. ¡Paz y unidad europea! ¡Qué placer! ¡Y con gratísima compañía!

La Orquesta Juvenil Europea de Madrid (OJEM) y el coro del LFM, bajo la dirección de Adriana Tanus, interpretaron el Himno Europeo (extracto del 4º movimiento de la Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125 de L. van Beethoven) y luego una composición tradicional israelí (Mi Yitneni), el Psalm 23 de Srul Irving Glick, Nigra Sum de Pablo Casals, Earth Song de Frank Ticheli y The Black Knight, cantata para coro y orquesta Op.25 de Edward Elgar.

Es grato volver a la vida…

Ahí estábamos, ¡ahí queríamos estar!, ¡ahí teníamos que estar, con la frase que pronuncia el Caballero Negro y que cerraba la cantata de Elgar y el concierto: «Rosas en primavera, eso recojo»!

 





8/5/21

Remembranza de un 8 de mayo

 

 

          «Mucho sabía, pues, el Coronel Huberto Heco y mucho daba a entender. Parecía obvio que hasta aquí habíamos llegado, que nada más podíamos hacer ni nada más podíamos esperar –una vez bien entrelazados los diversos hilos del tapiz que estamos tejiendo–, que ya solo quedaba hacer avanzar la novela –y esa tarea era mía–, a la búsqueda del final, que lo que teníamos teníamos, sin que pudiéramos esperar nada más u otra ayuda alguna, que principio y fin habían de confluir y cerrarse y que dos años más de trabajo debía de ser suficiente para ello, de manera que el 8 de mayo de 2014 –día señalado, el día de la victoria (Den vítězství)– pudiéramos escribir la última palabra de nuestra parte en esta historia.» (P. 507).

 


  

          «Sin embargo, hoy por la mañana, 8 de mayo de 2014, día señalado, el día en que se conmemora el aniversario de la muerte de Gustave Flaubert y en el que la novela ha de ser concluida y puesta a disposición de los lectores, después de una mala noche dándole vueltas y vueltas a un título para la obra que no acababa de llegar –sí, ya sé que hoy es festivo en este país, que hoy es un día grande para la República Checa, el día de la victoria (Den vítězství), pero la obra está esperando para llegar a su fin, y eso es lo único importante–, sorprendentemente, cuando sonó el teléfono para despertarme no lo hizo con su sonido habitual –agudo y estridente– sino que a mi cerebro medio dormido le llegó una música suave y le sorprendieron unos sonidos armoniosos que salían del teléfono. Inmediatamente reconocí aquella música; pero tenía dificultades para identificarla con seguridad. ¿Mozart? ¿Era Mozart lo que sonaba en el teléfono para despertarme? ¿Era la Sinfonía «Júpiter»? Cogí el móvil y con los ojos entrecerrados vi que en la pantalla aparecía la expresión Sinfonía de Praga.» (P. 523).

 

 

19/4/21

Nota volandera para el Sr. Marías Franco

 

Buenos días, Sr. Marías:

Después de leer su Tomás Nevinson (tan placentera y grata, como casi siempre su obra y todos sus escritos, incluidas sus colaboraciones periodísticas algunos dirán que le sobran doscientas páginas; yo les respondería a esos que hubiera asumido con gusto doscientas más), permítame hacerle algunas reflexiones ortográficas a través de esta nota volandera.



Y se las dice un ‘ruanés’ de pueblo, nacido en esa España del noroeste vacía y vaciada (algunos hemos nacido en esa provincia del noroeste que vamos a llamar ‘Ruán’, por citar el nombre que usted le ha dado, y ha tomado unos cuantos vinos en el ‘Barrio Tinto’ o se ha adentrado en la ‘Catedral’ o en ‘El Cantuariense’). Un ‘ruanés’ que ha ejercido como Catedrático de Lengua Castellana y Literatura durante años y como Agregado de Educación en un país centroeuropeo durante algo más de un lustro (enseñando y promoviendo la lengua y la cultura española), que desde hace ya décadas ejerce como Inspector de Educación (supervisando cómo enseñan los que enseñan) y que hace también sus esfuerzos en el ámbito de la creación literaria (ahí está Sinfonía de Praga www.sinfoniadepraga.esy otras obras para dar buena cuenta de ello).

Todas las Ortografías, como usted bien sabe, también la de 1999, y la de 2010 de la Real Academia Española, son una convención arbitraria y cambiante: Así es y así ha de ser nuestra lengua escrita, fruto de una convención acordada y respetada por todos los usuarios. Y como convención arbitraria que es, se ha de enseñar y se ha de aprender: Ello se logra básicamente en la escuela y en el sistema educativo, pero también en el ámbito familiar, en la sociedad, en los medios de comunicación y hasta en las redes sociales.

Y esa convención arbitraria, y en consecuencia opinable, se aprende también en los textos literarios. Por ello, en buena medida se aprende leyendo, leyendo y volviendo a leer; leyendo, por qué no, su Tomás Nevinson.

Y entonces los lectores de Tomás Nevinson dudan y se sorprenden: Ellos quieren reglas estables, normas a seguir, convenciones a imitar y reproducir. Y leen y comparan lo que se les enseña en la escuela y por otros medios, lo que ven con sus ojitos en otras obras literarias valiosas, y entonces se sorprenden y dudan.

¿Entonces los demostrativos (‘este’, ‘ese’ ‘aquel’…) llevan tilde en algunos casos sí o no la llevan nunca? ¿Hay palabras como ‘de’, ‘te’, ‘aun’, ‘solo’ y otras más que han de llevar tilde o no según su valor gramatical o su significado?

¿Y qué pasa con palabras como ‘río’ (‘Yo me río’; ‘el río Lesmes’), con otras como ‘rio’ (‘se rió otra vez con malicia’ escribe usted (p. 73 de su novela); ‘se rió con ganas’ (p. 86), ‘Tupra se rió’ (p. 92), etc. aparecen en Tomás Nevinson)? ¿O qué le sucede a ‘fie’ (‘Me fié de Blakeston’ escribe usted (p.185)) por contraste con ‘fíe?

Quienes pretenden disfrutar y aprender leyendo su obra, señor Marías, se incomodan ante lo por usted escrito cuando siguen leyendo y se encuentran con ‘Ruán’ donde esperarían encontrar ‘Ruan’, y así otras palabras semejantes.

Y, sin embargo, leen y ven ‘dio’, ‘bien’, ‘fue’ y tantas otras palabras más, correctamente escritas.

Leí en su día sus “Discusiones ortográficas”, publicadas en EL PAÍS el 30 de enero y el 6 de febrero de 2011. Pero ha de tener en cuenta que cuando usted escribe, escribe para los demás, escribe para todos los castellanohablantes, los que están en España y los que pretenden hablar y escribir un castellano correcto desde Centroeuropa y desde tantos otros lugares del mundo. ¿No cree que ha llegado ya el momento de respetar las convenciones ortográficas arbitrarias que nos hemos dado, que la RAE ha establecido para la mejor convivencia y comunicación entre todos los castellanoescribientes?

Permítame ponerle una analogía, acaso un poco burda, pero espero que me la disculpe: Usted acaba de llegar en el AVE a la estación de Atocha, procedente de su larga estancia en tierras catalanas los meses pasados. Como hace habitualmente, coge un taxi para ir a su casa. El taxista, un paquistaní educado en Gran Bretaña que se siente muy british y viste a la manera occidental, cabellera incluida, cuando sale de la estación gira inmediatamente a la izquierda para dirigirse hacia la glorieta de Atocha. Se provoca inmediatamente un enorme follón, pitidos y estruendo de frenazos incluido. Menos mal que no ha habido un accidente y nos quedamos sin presente ni futuro para el señor Marías.

‘Alma de cántaro, ¿dónde aprendió usted a conducir?’, le dice usted, muy cabreado. ‘¿No sabe que en España se conduce por la derecha y no por la izquierda? ¿No cree usted que todos hemos de respetar las convenciones de circulación de vehículos automóviles que nos hemos dado?’. El taxista, entre medias palabras, que si en su país, y gestos apesadumbrados, que si en Inglaterra, le pide mil disculpas, dios me perdone, mientras da marcha atrás y rectifica. Luego, con voluntad y esfuerzo, respetando las convenciones y normas de circulación urbana, le lleva a usted a través de Paseo del Prado, Recoletos y Alcalá hasta la Puerta del Sol. En ese momento, usted, sin abandonar del todo el periódico que va leyendo, por el rabillo del ojo ve que su paquistaní pretende entrar a la calle Mayor. Muy sobresaltado, inmediatamente le para y le grita: ‘¡Pero a dónde va! ¿No ve que esa calle es de sentido único?’. Y él le contesta, ufano y sonriente: ‘Pues claro, de sentido único, el sentido que usted y yo llevamos. No se preocupe, que inmediatamente le dejo en la puerta de su casa’. En ese momento usted decide que no merece la pena explicarle que esa calle de sentido único no puede cogerse desde la Puerta del Sol hacia su casa, que la calle Mayor tiene sentido único, pero inverso a la marcha que ustedes llevan. Raudo y veloz, usted se baja del taxi, le paga sin dejarle un mal céntimo de propina –¡hasta ahí podíamos llegar, que aprenda primero las normas de circulación si quiere ejercer de taxista en España!– y se encamina andando hacia su casa, con la maleta a rastras, echando pestes del mundo en que vivimos y pergeñando ya en su mente ansiosa un buen tema para su colaboración dentro de un par de semanas en EL PAÍS.

Pues eso.

Un cordial saludo, y a seguir escribiendo, pero bien.

 

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