Podría ser poco ortodoxo —y acaso nada recomendable para
la unidad y coherencia interna de la obra artística— que el clavo estuviera en
la pared y no llegara a aparecer el protagonista al que ahorcar (por no
mencionar la pistola que hay que disparar), contraviniendo la pragmática de
Antón Chéjov.
Pero qué me diríais si tuviéramos el personaje para
ahorcar y no hubiera modo de encontrar clavo en que colgarle... ¿Le dejamos
vivito y coleando, pues? ¿O acaso le llevamos ante el paredón de ejecución, o
le aplicamos garrote vil, o le instalamos en la silla eléctrica, o le premiamos
con una inyección letal? Y en esas preguntas está el principio de la novela, el
principio de la obra artística.
Así hemos
escrito en la Proposición 23 de “1.11 Mena, ganga, esquirlas y virutas (Making
of)”, en 1. “Taller” de Compleméntum
(Manifiesto).
Pero como quiera que el amigo don Pedro Crespo Refoyo ha
puesto en duda algunas de las aseveraciones que hemos formulado y nos ha
obligado a investigar sobre el asunto, algo más podemos añadir y precisar, a
partir de las sabias indicaciones del profesor Alexander Bondarev, de la
Universidad Lingüística de Moscú.
Hay dos referencias documentadas en cartas del propio
Chéjov que hacen mención al rifle-fusil-escopeta (que no pistola); y una
tercera, de otra persona, en la que se hace mención a una pistola, pero que no
es de Chéjov, sino que se refiere a lo que había escrito Chéjov.
Antón
Chéjov ha realizado diversas observaciones sobre el rifle en diferentes momentos y en varias ocasiones, siempre en
el marco de debate acerca de la cuestión del argumento e integridad compositiva
de la obra literatia, que es fundamental para el estética de finales del siglo
XIX y principios del XX.
He
aquí el consejo que A. P. Chéjov le hace al sacerdote Serguéi Nikoláevich
Schukin, profesor de la escuela parroquial de Yalta, acerca de dónde reside la
fuerza en la literatura: “Prueba a quitar la primera parte de tu historia, sólo
tendrás que cambiar un poco el principio de la segunda, y entonces la historia
se entenderá perfectamente. Y no hace falta nada más. Todo lo que no tenga
relación directa con el relato, todo eso tiene que quitarse sin miramientos. Si
dices en el primer capítulo que en la pared hay colgado un rifle, en el segundo
o en el tercer capítulo este tiene que dispararse inevitablemente. Si no va a
dispararse, no debería estar ahí”. (Schukin, S.N.: De los recuerdos de Chéjov / A. P. Chéjov en el recuerdo de los
contemporáneos. Serie de memorias literarias – M.: Ficción, 1960. – Págs.
462-463 [Щукин
С. Н.: Из воспоминаний об А. П. Чехове // А. П. Чехов в
воспоминаниях современников. Серия литературных мемуаров. – М.: Художественная
литература, 1960. – С. 462–463]).
La
expresión “Si al principio de la obra de teatro cuelga de la pared un rifle,
(al final de la obra) este tiene que dispararse” se presenta como una
paráfrasis de la expresión de Chéjov formulada en la carta al escritor
Aleksandr Lazarev (alias A.S. Gruzinskyi), fechada el 1 de noviembre de 1889.
Amistosamente, para desmontar el vodevil de Lazarev, Chéjov comenta: “El primer
monólogo de Dasha sobra completamente. Si estuviese en su lugar, si desearas
hacer de Dasha no solo un papel secundario y si el monólogo prometiese mucho
para el espectador, este tendría que tener alguna relación con la trama de la
obra. Si no, es mejor que Dasha se calle”. (Chéjov, A.: Colección Completa de ensayos y cartas en 30 tomos // Carta en 12 tomos:
Ciencia, 1976, T. 3 – Pág. 273 [Чехов А.: П. Пол. Собр.
сочинений и писем в 30 т. // Письма в 12 т. – М.: Наука, 1976 – Т. 3. – С.
273]).
Como se puede concluir de la cita “el arma que no se dispara” en el monólogo de
Dasha, que se presenta vacío, no tiene relación con el propio desarrollo del
argumento [Нельзя ставить на сцене заряженное
ружье, если никто не имеет в виду выстрелить из него].
Por
último, nos ha llegado la memoria de Ilya Gurland, quien conoció a Chéjov en
1889 en Yalta. Reproduce las palabras de Chéjov: “Si en el primer acto cuelgas
de la pared una pistola, entonces en el último acto debe de dispararse. De lo
contrario, no la cuelgues”. (Gurland, I:. «De los recuerdos de a. P. Chéjov». – El
teatro y el arte, 1904, nº 28, de 11 de julio, Pág. 521 [Гурлянд
И.: Я. «Из
воспоминаний об А. П. Чехове». – Театр и
искусство, 1904, № 28, 11 июля, стр. 521]).
Resulta
que la discusión entre literatos y críticos españoles respecto a las armas y
clavos agrava el debate sobre el asunto de si el arma (el rifle) está colgada,
debería usarse únicamente por consideración a la trama, para que no se piense
que el autor se ha dejado sin terminar algún detalle de la obra. En lo referente a la imagen del clavo, este
no encaja en la poética de Chéjov como un argumento que salve la coherencia
interna de la obra artística. Además, en sus tramas el clavo no se asocia de
ninguna manera al suicidio. En el relato “En el clavo” (1883) el clavo cumple
una función cómica: en el pasillo de Struchkov cuelgan alternativamente la
gorra y el gorro de los amantes de su mujer.
En
la obra El tío Vania el profesor
Serebryakov invita en broma al público a fijarse en este detalle: “Os pido,
señores, cuelguen sus orejas en el clavo”. El suicidio no está relacionado ni
con las armas de fuego ni con los clavos, tiene relación con algunas réplicas
de los personajes de Chéjov. Elena Andreeva vagamente lanza al vacío: “Buen
tiempo hoy, no hace calor”. Y Vojnitski maliciosamente responde “Un buen tiempo
para colgarse”.
En
“Idea y poéticas del cuento”, de Francisco Rico, que aparece como epílogo a la monumental Todos los cuentos. Antología universal del relato breve (Planeta, Barcelona, 2002, 2 volúmenes), se recuerda la receta de Chéjov: "Si al comienzo de un relato se ha icho que hay un clavo en la pared, ese clavo debe servir al final para que se cuelgue el protagonista" (II, Pág. 1384).
Aunque
también se puede acudir al texto de La
sala número seis de Chéjov: El clavo desnudo sobre la pared, al inicio de
la peripecia de la obra, no le sirve al asesino para colgar a su víctima del
cuello y desangrarla en el acto final. De hecho, ese clavo sostiene un bonito
cuadro impresionista con la figura de un arenque rojo, y todos, incluidos
policías, familiares y lectores, siguen creyendo al final de la obra que el
hombre murió de un infarto. Todos menos el asesino y Chéjov.
La
genialidad de la herencia literaria de Chéjov llena de manera espontánea la
memoria del lector con imágenes vívidas. Se adhieren en nuestra memoria y después, por alguna ley
misteriosa de asociaciones inconscientes, entran en una extraña contaminación
la unas y la otra.
Tras leer este ameno y documentado artículo, mi admirado amigo don Demetrio Fernández González, además de darle la razón y felicitarle por su labor de investigador, sólo me queda colgar en el clavo de la pared mi sombrero, como gesto de humildad, respeto y veneración. En adelante circularé destacado. La literatura y la TRANSTEXTUALIDAD tienen estas cosas: conducen a la infinitud y acaban convirtiéndose en METAFICCIÓN y metadigresión. O, lo que es lo mismo, la OBRA del autor analizado se recrea y refundar, convirtiéndola en nueva, como esas aguas estancada que cada vez que se tocan, se remueven y resucitan, ensanchando la OBRA del autor prístino. En este caso, el MAESTRO A. Chéjov. Un saludo cordial y mi eterno agradecimiento.
ResponderEliminarRequiere mi propio texto una relectura, para corregir y pulir algunas erratas involuntarias, como "refunda", en lugar de lo que figura ('refundar'); o, más grave, por ininteligible, pero debido a la máquina: "circularé destocado", por 'destacado.
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