30/6/23

Benjamin, siempre Benjamin...

 

Esta tarde nos vamos a acercar a San Feliz de Torío (Espacio San Feliz) a la presentación de Ibiza: La isla perdida de Walter Benjamin, de Cecilia Orueta. Será un placer: Benjamin, siempre Benjamin en nuestros pensamientos; las palabras de Benjamin y las imágenes ibicencas de Cecilia. ¿Qué más se puede pedir?

 


 

Cuando en julio de 1940, con buena parte de Europa ya ocupada por las fuerzas alemanas y la Gestapo haciendo de las suyas, Benjamin, refugiado y escondido en Lourdes, está buscando como mejor puede la forma de salir de Francia a toda prisa, salvar la vida y encaminarse a Estados Unidos.

Mientras tanto, Benjamin escribe y escribe; escribe sobre sus dos estancias en la isla de Ibiza en 1932 y en 1933 y sobre la vida que le ha tocado vivir, así como sobre la obra que ha ido produciendo a lo largo de los años.

Tal como queda recogido en Papeles de Benjamin, un par de olorosos limones que le regala «una joven bien agraciada, agitanada y morena» le llevan a Benjamin a rememorar su grata estancia en Ibiza, dieciocho años antes, y a escribir lo siguiente:

 

Seres humanos firmes, vigorosos, recios, curtidos por el sol, enhiestos a pesar de la adversidad y de las inclemencias del tiempo o de los embates de la naturaleza; con sus ojos dirigidos a lo lejos, hacia arriba, hacia lo alto, hacia el cielo; con acendrada mentalidad religiosa escrutando la naturaleza –mirando hacia el horizonte para adivinar si va a llover o si ya escampa, si va a helar esta noche o si va a hacer sol mañana–; y asentados firmemente en una tierra inmisericorde, desangrada y aleve.

Casas encaladas y laderas cubiertas de olivos, almendros e higueras; y la flor del limonero ibicenco. ¡Ay, la flor del limonero de Ibiza! ¡Ay, la flor del limonero de la isla de Capri! La flor del limonero, ¡qué chica y cómo huele!

Paz interior en ese paisaje rural y en la belleza y serenidad de la gente de Ibiza.

El día comienza a las seis de la mañana con un baño en el mar. No se divisa en todo el horizonte ni una sola persona en la orilla. Después de retozar un rato en el mar y dejarte acariciar por las suaves olas, desde tu solitario esplendor en la playa, desnudo, te apoyas en un tronco de árbol para tomar un baño del sol naciente, cuyos rayos se reflejan en el mar. Luego, calzado con unas simples alpargatas con suela de esparto y con el pantalón puesto, te dedicas un buen rato a vagar, con la camisa al hombro, a lo largo de la costa y por el interior de la isla, siempre sorprendente.

En las sureñas noches de luna llena en Ibiza sentías vivas dentro de ti las fuerzas miméticas de la naturaleza; una fisonomía de constelaciones celestes iluminaba tus pensamientos y fortalecía tu cuerpo todo; te sentías el rey del universo, el centro de la creación, bien ubicado en el centro de la elipse, o del elipsoide.

 

Esas estancias ibicencas se rememoran varias veces más a lo largo de Papeles de Benjamin, la obra que Benjamin escribe y escribe y no para de escribir, cuando ya iba camino de encontrase con la muerte, que le estaba esperando, un par de meses después, el infausto 26 de septiembre de 1940 en Portbou.

Y a la vez que recuerda la estancia en Ibiza, Benjamin rememora –la memoria como palimpsesto– su estancia en Capri y su Grand Tour (¡ay, la joven letona Asja Lācis!; entregados ambos al amor y embriagados de luz cegadora, de aire límpido, de sol refulgente, de la sal y del azul intenso del mar Mediterráneo en la isla de Capri) y los versos de Goethe:

 

¿Conoces el país donde florece el limonero

y las áureas naranjas refulgen entre el oscuro follaje?

 


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