29/10/19

Decíamos ayer




un ayer de hace un par de años ya, el 28 de octubre de 2017, o escribíamos, más bien en el colofón que primorosamente cierra esa novela que tú y yo sabemos (Pág. 530):




Esta edición de Sinfonía de Praga, realizada con tipos de Adobe Garamond Pro de 12 puntos en papel ahuesado, está limitada a cien copias en cartoné –numeradas del 001 al 100– y novecientas copias en rústica –numeradas del 101 al 1000–y se terminó de imprimir el 28 de octubre de 2017, día en el que se celebra la creación del estado checoeslovaco (Den vzniku samostatného československého státu), nacieron Erasmo de Rótterdam y Ramón María del Valle-Inclán, y murió Rafael Alberti —¡qué buenos patronos nos hemos buscado!

De este modo la historia que comenzó en Praga hace ya más de ocho años, el 8 de septiembre de 2009 –día en que se conmemora la muerte de Francisco de Quevedo–, y que se cerró el 8 de mayo de 2014, Día de la Victoria (Den vítězství) y aniversario de la muerte de Gustave Flaubert, puede darse por felizmente concluida y entregarse ya a los lectores.



Y así estamos y así queremos seguir estando, contando contigo, siempre contigo, contigo siempre.





o escribíamos más bien en el colofón que primorosamente cierra esa novela que tú y yo sabemos (Pág. 530) lo siguiente:



Esta edición de Sinfonía de Praga, realizada con tipos de Adobe Garamond Pro de 12 puntos en papel ahuesado, está limitada a cien copias en cartoné –numeradas del 001 al 100– y novecientas copias en rústica –numeradas del 101 al 1000–y se terminó de imprimir el 28 de octubre de 2017, día en el que se celebra la creación del estado checoeslovaco (Den vzniku samostatného československého státu), nacieron Erasmo de Rótterdam y Ramón María del Valle-Inclán, y murió Rafael Alberti —¡qué buenos patronos nos hemos buscado!

De este modo la historia que comenzó en Praga hace ya más de ocho años, el 8 de septiembre de 2009 –día en que se conmemora la muerte de Francisco de Quevedo–, y que se cerró el 8 de mayo de 2014, Día de la Victoria (Den vítězství) y aniversario de la muerte de Gustave Flaubert, puede darse por felizmente concluida y entregarse ya a los lectores.





Y así estamos y así queremos seguir estando, contando contigo, siempre contigo, contigo siempre.




26/10/19

¿Morir de amor? (Liebestod)





El pasado domingo, a esa hora torera de las cinco de la tarde, tuve el placer de acudir al Auditorio Nacional de Música a deleitarme durante más de cuatro intensas horas con la ópera Tristán e Isolda, en versión concierto en esta ocasión.

Acompañando a mi buen amigo y compañero de fatigas varias Francisco Cabanillas Peromingo que reúne en su persona tantos méritos—, rodeados de una multitud autumnal, municipal y espesa, con todos los del abono, y que incluía también a todo el quién es quién musical que uno pueda imaginar.


Si no me equivoco, casi a nuestra vera estaban sentados Arturo Reverter (programa de radio “Ars Canendi”, crítico musical y miembro de monor de la Asociación Wagneriana de Madrid), Alberto González Lapuente (programa “El pliegue del tiempo”, con un brazo en cabestrillo), Pablo L. Rodríguez (crítico musical de “El País”, cubriendo el evento para dicho medio, y profesor de Musicología en la Universidad de la Rioja), Juan Lucas (revista “Scherzo” y fundador de la desaparecida tienda-espacio de música “La Quinta de Mahler”), Miguel Ángel Marín (área musical de la fundación Juan March y profesor de Musicología en la Universidad de la Rioja), Antonio del Moral (ex del Centro Nacional de Difusión Musical, del Teatro Real y de la revista “Scherzo”, y hoy día viajero por medio mundo a la búsqueda de las mejores producciones operísticas —¡quién hubiera tal ventura!—) y muchos otros; vamos, todo el gotha de la extensa sociedad musical madrileña.

Música y libreto de Richard Wagner, el gran Wagner, el admirado Wagner de la obra de arte total, Gesamtkunstwerk, que tanto ha inspirado nuestra creación artística.

¡Quién hubiera podido estar en un rinconcito discreto del salón aquella tarde de septiembre de 1857 en que Wagner leyó el libreto de Tristán e Isolda ante su esposa, Minna, su amada musa y acaso otras cosas de esos años, Mathilde Wesendonck, y su futura amante y posterior esposa, Cosima von Bülow! ¡Ay, las mujeres y los hombres, qué cosas suceden entre ellos!


Ah, y con la satisfacción de tener en mis manos y poder ojear la partitura de la obra, inmensa partitura de Tristán e Isolda. ¡Privilegios de la buena compañía en una tarde autumnal!

Dirección de orquesta y del coro masculino de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), con su flamante director titular al frente, David Afkham, que aún tiene que crecer para asumir retos como este y que, sin embargo, ha superado satisfactoriamente la ocasión.

Solistas: Petra Lang, soprano (Isolda); Violeta Urmana, mezzosoprano (Brangania); Frank van Aken, tenor (Tristán); Roman Sadnik, tenor (Melot); Boaz Daniel, barítono (Kurwenal); Brindley Sherrat, bajo (Marke).

Todo, o casi todo gratificante, Emociones contenidas. Satisfacción artística, ya desde la obertura de la obra. ¡Ay, sus recurrentes leitmotiv! Motivos temáticos, hilos de un tapiz extraordinariamente tupido, elementos estructurales que a veces actúan como presentimiento y anuncio de lo que ha de venir y otras veces como reminiscencia de lo ya acaecido —tal como se señala en el Compleméntum de una novela que yo me sé (Pág. 88)—.

Pero uno espera en una ópera, aunque sea en versión concierto con solistas en escena, no solo música, excelente música, y voces admirables y prodigiosas, que los pobres mortales también esperamos representación: adecuación, decoro y verosimilitud en los personajes que interpretan la peripecia sobre el escenario —emoción a flor de piel, suspensión de la incredulidad—. Y Petra Lang no daba muy bien como la bella princesa irlandesa, la mujer prometida con Marke, que se enamora perdidamente de Tristán a la vez que ha de enamorarnos a nosotros. Y menos verosímil todavía en su papel de Tristán era Frank van Aker, un gordicalvo y casiviejo, muy alejado del noble bretón valeroso y esbelto, heredero e hijo adoptivo de Marke que esperaríamos. ¿Podemos pretender que los espectadores vivan y sientan el amor pasional, descontrolado, pecaminoso e ilícito entre Tristán e Isolda en las personas de Petra Lang y Frank van Aker, o resulta creíble la deliciosa y sublime muerte de amor wagneriana (Liebestod) del tercer acto entre esos dos intérpretes?


Es de agradecer a la OCNE el loable esfuerzo de incluir el libreto bilingüe en el programa de mano (con traducción al castellano de Ángel-Fernando Mayo), y de proyectarlo en la sala durante la representación. ¿Pero por qué Tristán e Isolda aparecían como Tristan e Isolde, en alemán, en los paneles durante la representación si son nombres tan bien asentados en nuestra cultura artística y literaria desde hace más de cinco siglos?

Y en las pausas o al abandonar la sala al final de la larga sesión se podían oír comentarios como estos: «El sonido de la ONE ha sido compacto, oscuro, suntuoso, de altísima calidad, deslumbrante». «Hemos oído intervenciones especialmente brillantes de las maderas, como en los solos de clarinete bajo y corno inglés». O «la voz de más calidad de todo el elenco ha sido la de Violeta Urmana, una Brangania primorosa, de emisión mórbida, voz en punta, dicción impecable y porte señorial». Para que alguna otra voz autorizada añadiera: «Al lado de Violeta, la Lang parecía la criada».

Algún otro criticaba a Frank van Aken, e indicaba que la voz de Tristán sonaba «desenfocada, en ocasiones con un vibrato descontrolado». Y algún otro añadía: «En el agudo, a menudo calante, tiende a la estridencia. Eso cuando lo da: el si natural sobre “Gab er es preis!” en el primer acto apenas duró un microsegundo».

«Pues la música disonante que se oye cuando Tristán maldice el filtro, la más avanzada de toda la obra, que anticipa lo que vendrá casi medio siglo después, no sonó todo lo desestabilizadora y chirriante que debiera», añadía alguno.

«Y estaréis conmigo, dijo otro, que el bajo inglés Brindley Sherratt protagonizó uno de los momentos estelares de la noche: Con su voz noble, pastosa, homogénea, magnifico legato y variedad de acentos, delineó un Marke exquisito, conmovedor».

«Nos ha admirado la cuerda bien disciplinada de la ONE, un buen metal y una madera excepcional, que contó con brillantes solos de clarinete bajo, de Eduardo Raimundo Beltrán, y de corno inglés, de José María Ferrero de la Asunción», decía otro más allá.

«Ah, y prácticamente no se escuchó incidencia alguna, si exceptuamos la dificilísima entrada de las trompas en el preludio del tercer acto o un despiste de los fagotes en la muerte de Tristán», añadía otro que no quería ser menos.

«¿Y qué me decís del celebérrimo acorde de Tristán, ese acorde formado por las notas fa, si, re y sol?». Y para los que ponían cara de no haber entendido muy bien, añadía: «Parte de la nota más grave (fa), una cuarta aumentada (si), una sexta aumentada (re) y una novena aumentada (sol)». Y concluía: «Se trata del primer acorde que se escucha en el movimiento langsam und schmachtend (lento y languideciendo)».

«Las cuatro notas iniciales de la obertura de la obra marcan el comienzo del precipicio atonal por el que todo se deslizaría más tarde en la música occidental. Esas notas iniciales encarnan el estado de ánimo de nuestra civilización a lo largo de los dos últimos siglos y el histérico sofisma de nuestras frustraciones», reflexionaba otro.


«En el conocido Liebestod final, la orquesta alcanza su cenit final, con el clímax a mitad del número con la orquesta a pleno rendimiento y terminando con la emotividad deseada», decía alguien a mi lado, cuando ya salíamos de la sala.

«¡Y luego dicen que no hubo sexo, solo un amor imposible entre Richard Wagner y Mathilde Wassendonck, la mujer del comerciante que le prestó a Wagner y a su mujer una casa en la que alojarse en Zúrich cuando tuvo que huir de Dresde por haber participado en los movimientos revolucionarios de 1848! Fue en ese momento cuando paralizó su gigantesca composición de El anillo del Nibelungo para adentrarse en Tristán e Isolda».

«Existe un antes y un después en la historia de la música universal tras la sacudida ansiosa y exuberante de Tristán e Isolda», valora uno. «Wagner la compuso inmerso en el desolado latido de un amor imposible, ese amor que sentía por Mathilde Wassendonck, la mujer del comerciante que le prestó a él y a su mujer una casa en la que alojarse», añade otro.


«Pues, no; no hubo sexo entre Richard Wagner y Mathilde Wassendonck, que solo sintieron una pasión no consumada, un suplicio mutuo para los dos, que se transforma en delirio al degustar esta obra de arte sin precedentes cuando trasluce en cada pentagrama la ansiedad de lo imposible», argumenta uno de más allá.

Y un poco más lejos, cuando, concluida ya la representación, emocionados y habitados por nuestros pensamientos, nos acercábamos a la puerta de salida hacia la calle, una joven pareja entre arrumacos amorosos susurraba así: «¿Pero han matado a Tristán o no?», decía él. «¿No se habían bebido un veneno?», preguntaba ella.

Y si hemos de resaltar una sola palabra en el libreto de la obra esa es, sin duda, “Ewig!” (¡Eternamente!), que aparece con frecuencia en la obra (ewig ihr nur zu leben ohne End… ewig einig —vivir eternamente solo para ella, sin fin…eternamente unidos—), y que, como muy bien saben los buenos lectores, se reitera en esa novela que tú y yo sabemos:

Así sucede en el final de la Sinfonía n.º 8, en mi bemol mayor, “Sinfonía de los Mil”, de Gustav Mahler, en la última intervención del Doctor Marianus y el cierre del coro, fáustico, goethiano: «Das Ewig–Weibliche zieht uns hinan» (El eterno femenino nos impulsa) (Pág. 410); o en los versos finales que concluyen el sexto movimiento de La canción de la tierra de Mahler con un reiterado «Ewig... ewig...» (Eternamente... eternamente...): la naturaleza, que se renueva año tras año, y que permanece estable a pesar de que el hombre camine, inexorablemente, hacia la muerte (Pág. 413); o en el «Ewig war ich, ewig bin ich, / ewig in süß sehnender Wonne, doch ewig zu deinem Heil!» (Eterna fui, eterna soy, / eterna en ese placer dulce y ansioso, pero siempre para tu bien), que canta Brunilda (Brünnhilde) en el dúo amoroso final de El ocaso de los dioses (Escena tercera del acto III) (Compleméntum: 190)… y así hasta el infinito.

Finalmente, para concluir estas reflexiones, Richard Wagner ha venido a acompañarnos y a hacernos la vida más gozosa con su Muerte de amor (Liebestod): «Deseo sexual y muerte, por fin conjuntados, con Schopenhauer al fondo, en la escena final de la ópera, unión última y definitiva del caballero Tristán y la princesa Isolda a través de la muerte» (Pág. 274 de esa novela que tú y yo sabemos).




 

20/10/19

¿A leer a la biblioteca?


 Una buena amiga me envía la fotografía que adjunto.

 
Así que Sinfonía de Praga ya se muestra en la Biblioteca “Eugenio Trías” (Casa de Fieras de El Retiro) de Madrid —donde llevamos un ejemplar dedicado con motivo de la puesta de largo de la novela, programada para el 1 de marzo de 2018, aunque los hados meteorológicos lo malograron—.
Por ello, si tú quieres puedes acudir a leer la historia de Lieserl Eintsein y otras aventuras nunca escritas ni oídas a la biblioteca (historia de realidades y ficciones entretejidas, donde el presente más rabioso se entremezcla y explica a través de un pasado no tan lejano en el que Lieserl escribe su diario desde 1930 a 1945 a la búsqueda de lo que no ha de lograr).
Y entre página y página podrás aprovechar para pasearte un rato por el Retiro, que puede ser una buena opción en este otoño recién llegado y lluvioso.
Para este autor leonés que ejerce de madrileño desde hace más de cuarenta años es una lástima que sea ese ejemplar regalado el único que tienen disponible las bibliotecas públicas del Ayuntamiento de Madrid o de la Comunidad Autónoma de Madrid. Así nos va, ¿así nos seguirá yendo?
Aunque si vives en León, podrás acercarte a leer el ejemplar de Sinfonía de Praga que está esperándote en la Biblioteca pública, gracias a la gentileza de mi buen amigo Eduardo Aguirre.



4/10/19

Con la música a esta parte


«Hubo un tiempo en que la música era mucho más que un arte. Era mito, logos, realidad, símbolo. Como en un juego de espejos, la armonía musical reflejaba la armonía del mundo».

Así escribe mi buen amigo Vicente Carreres en La edad de la armonía (Madrid: Instituto Juan Andrés de comparatística y globalización, 2019) y es un placer leerlo y seguir aprendiendo con él.




Me gusta lo que escribe Vicente Carreres y cómo lo escribe; y me gusta especialmente porque la música nos ha unido a ambos en Praga. A él desde su actividad durante los últimos años como profesor en el Gymnázium Budějovická de Praga, a mí desde el homenaje que a la música se hace en esa novela que tú y yo sabemos.

Y he de agradecerle enormemente los comentarios que, generoso, me traslada sobre Sinfonía de Praga:

«Es una bomba. y, desde luego, rara avis en el contexto de la novela española reciente y no tan reciente. Nuestros novelistas suelen entender la novela como estructura o como estilo. No es tu caso: lo vampirizas absolutamente todo, en plan cervantino: realidad, sueño, imaginación, historia, ciencia, música, política...

En realidad, es una novela muy germánica, con discurso, con ideas; una novela que quiere desbordar sus propios límites, en la órbita de Mann, Musil o Broch.

Y me impresiona también el conjunto de textos complementarios que has desplegado: los documentos, las explicaciones sobre el autor, el género... Enlazados componen una especie de metanovela coexistiendo y confundiéndose con la propia novela. Es un mundo. Flipante».

Me agrada leer en La edad de la armonía: «Lo histórico no es un fin en sí mismo. Es una vía para vivir más plenamente una música cuyo interés desborda con mucho su valor documental». Para añadir inmediatamente y estoy plenamente de acuerdo que el presente incluye otros tiempos, y que nuestro privilegio es ser capaces de integrarlos para comprenderlos, para vivirlos nuevamente en el presente.

Conocedor de los pagos que en este momento estoy transitando, con Walter Benjamin entre las manos, y que he hecho públicos hace unas semanas (http://sinfoniadepraga.blogspot.com/2019/07/retirado-en-la-paz-del-monte-abantos.html), Vicente Carreres me escribe:

«Y muy interesante tu proyecto. Por supuesto que conozco a Benjamin. Y lo admiro. Lo leí primero en la facultad y luego por mi cuenta, aunque no puedo decir que lo domine. Es un tipo donde confluyen muchas cosas heterogéneas y quizá contradictorias: judío y alemán, nacional y apátrida, comunista y romántico. Reúne todas las cualidades que necesitas para situarte donde tú quieres: está en una encrucijada, étnica, política, cultural... Y encima el tipo ya es autor de culto en muchos círculos intelectuales. Lo fue y lo sigue siendo. O sea, que a tope con eso. Aunque seguro que ya lo estás».

Con amigos como Vicente Carreres el escritor que uno quiere ser va ganando el cielo en esta tierra.


2/10/19

Principio y fin





Aunque mi buen amigo Antonio Fernández Lentisco no necesita mucha ayuda para ello —con lectores como él el escritor que uno pretende ser tiene ganado el cielo en la tierra—, a raíz de la publicación que hicimos ayer (desde los Cuartetos de Eliot reflexionábamos sobre el tiempo: http://sinfoniadepraga.blogspot.com/2019/10/en-mi-comienzo-esta-mi-fin.html), algunas citas hemos querido ponerle ante los ojos.

Y así, le hemos recordado el inicio de la peripecia de esa novela que tú y yo sabemos:
«Toda historia tiene un principio y un fin, aunque para ello es necesaria la participación de un narrador o autor y de un receptor o lector.» (Pág. 15).

O le hemos invitado a adentrarse en la página 326, que seguro que iluminará la lectura de la obra:
«Y entre principio y fin —entre principio y final, entre principios y finalidad— está lo que el autor, dios todopoderoso y eterno a través de su creación, ha considerado que ha de estar —acto de reflexión—, ha querido que esté —acto de voluntad—, ha decidido que tiene que estar —acto de resolución.»

Y hasta acercarse nuevamente a la página 454, que aportará claves de interés:
«Cumplidos los malos presagios, que Otto supo de algún modo captar a la llegada del tren a Hlavní nádraží aquel 16 de junio de 1930 —malos presagios que se repiten a raíz del sueño que tuvo Otto el 14 de julio de 1943—, convertida la familia feliz del inicio del Diario y de Anna Karénina en la familia desgraciada que ha resultado ser, asistimos al cierre del círculo —principio y fin conjuntados—, y al fin de la historia, «que ya ha llegado», últimas palabras que Lieserl escribe en la última anotación de su Diario.»

O dejar que el coronel HH reaparezca nuevamente en esta historia (Pág. 507):
«Mucho sabía, pues, el coronel Huberto Heco y mucho daba a entender. Parecía obvio que hasta aquí habíamos llegado, que nada más podíamos hacer ni nada más podíamos esperar —una vez bien entrelazados los diversos hilos del tapiz que estamos tejiendo—, que ya solo quedaba hacer avanzar la novela —y esa tarea era mía—, a la búsqueda del final, que lo que teníamos teníamos, sin que pudiéramos esperar nada más u otra ayuda alguna, que principio y fin habían de confluir y cerrarse y que dos años más de trabajo debía de ser suficiente para ello, de manera que el 8 de mayo de 2014 —día señalado, el Día de la Victoria (Den vítězství)— pudiéramos escribir la última palabra de nuestra parte en esta historia.»

Para llegar, finalmente, al cierre de la peripecia de la historia narrada, que no de la novela, como saben muy bien los lectores, que la novela es mucho más que la peripecia narrada (Pág. 516):
«Cuando todo se ha consumado en Tel Aviv, esta historia, pues, ha de acabar. Con la herencia Brod pasando a manos de la Biblioteca Nacional de Israel y con el Diario de Lieserl en nuestro poder, espe­rando salir a la luz pública, bien integrado en esta singular aventura, formando parte de esta historia o novela —nowwwela o nowebla, obra de arte, al fin— a la que todavía le falta poco más de año y medio para llegar a la fecha señalada, debo aislarme totalmente del mundo de los vivos, abandonar todo trabajo y ocupación y entregar­me de lleno, en cuerpo y alma, a concluirla —todo y solo para ella, como homenaje y tributo para ella, para que lo que hubiera existido permanezca por siempre, indeleble, y continúe eternamente en el tiempo, de manera que, lograda su finalidad y plenamente realiza­da, encuentre su final, principio y fin —intentio operis— finalmente conjuntados, que ya ha llegado.»

1/10/19

En mi principio está mi fin


En mi principio está mi fin… [In my beginning is my end]

[…]

…hay un tiempo para edificar […there is a time for building]

y un tiempo para vivir y engendrar [and a time for living and for generation]

y un tiempo para que el viento rompa el quicio del ventanal… [and a time for the wind to break the loosened pane…]

[…]

…en mi fin está mi principio […in my end is my beginning]




Entretenido con el segundo “Cuarteto” (East Coker) de T. S. Eliot, rememorando esa novela que tú y yo sabemos:

«Y acaso sea oportuno señalar que las palabras “principio” y “fin”, que aparecen en el cierre del Diario de Lieserl, son las palabras que abren esta historia y esta novela –y que reaparecen en diversas ocasiones a lo largo de una y otra».

Aunque tendrás que llegar a la pág. 454 para poder leerlo y comenzar a entender algo de lo mucho que hay.




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