«Retirado
en la paz del monte Abantos,
en esta mi sierra
escurialense,
con pocos
pero doctos libros juntos,
vivo en
conversación con el pasado
y escucho con mis ojos muchos muertos».
Y mientras parafraseamos
a Quevedo, trabajamos en un nuevo proyecto artístico:
Es 26 de septiembre de
1940 en la frontera entre la Francia ocupada por las tropas hitlerianas y la
España de un Franco victorioso. A Portbou llega una persona que huye de Francia.
La policía de fronteras no le autoriza a cruzar la frontera para, a través de España,
camino de la salvación, camino de Lisboa, dirigirse a EE.UU. Esa persona en
este momento es “apátrida” (sin nacionalidad), pero es alemana, es judía y se
llama Walter. La policía española la retiene y la va a entregar al día
siguiente a la Gestapo, que la va a enviar a un campo de concentración y de
exterminio.
Esa persona, ese día, 26
de septiembre de 1940, en Portbou, se suicida.
Esa persona se apellida
Benjamin.
¿Te
gustaría conocer, por fin, los papeles que guardaba Benjamin en esa vieja
cartera de piel que llevaba consigo cuando se suicidó? ¿Esos papeles que la
policía española de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de la Frontera
Oriental de España, cuando inventarió las pertenencias de Benjamin tras su
muerte, definió como «unos papeles de contenido desconocido». ¿Esos papeles que
Walter valoraba más que a su vida?
De manera similar a lo que ya hice
en Sinfonía de Praga, estoy
trabajando sobre el pasado reciente desde el presente más rabioso, voluntad
ética y estética conjuntadas nuevamente: Expresión estética de la
ética humana (Nulla
aesthetica sine ethica) —Responsabilidad ética para
analizar críticamente el pasado y críticamente comprometerse con el presente,
corresponsabilidad ética con el mundo que hemos de dejar hacia el futuro—.
Y en este nuevo
proyecto literario estoy intentando integrar en un todo armónico y coherente,
orgánicamente bien estructurado, el relato de
la peripecia desde las tres perspectivas de la narración: 1ª persona (yo), 2ª
persona (tú) y tercera persona (él).
Como he hecho en Sinfonía de Praga, en el nuevo proyecto
artístico espero ofrecer al lector un relato bien estructurado —où tout se tient—,
una peripecia motivadora —hechos sorprendentes
que conectan el pasado de los años 30 y 40 del siglo XX, la España de la Guerra
Civil y la Europa de la Segunda Guerra Mundial, con el más rabioso presente de
la España de hoy—, una voluntad de estilo que cautive y una
anagnórisis final que sorprenda y arrobe.
Y aunque es justo y necesario que
el creador de una obra literaria ofrezca esos cuatro elementos —relato
bien estructurado, peripecia motivadora, voluntad de estilo y anagnórisis final
sorprendente—, ha de ofrecer mucho más: Ha de ofrecer una cosmovisión
poderosa que cree un nuevo mundo y que cree un nuevo lector y permita a este ser
más, ser otro y distinto al que era en el momento en que inició la lectura de
la obra.
Eso es lo que quiero hacer; ahí estamos;
ahí queremos estar, si tenemos ocasión y tiempo.
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