12/6/21

¡No es eso, no es eso!

 

En el Babelia de hoy de El País aparece una columna de Jordi Gracia sobre Quasi una fantasia, el último Spp del bueno de A. Mira que le tengo respeto al crítico literario, ensayista y catedrático de literatura española en la universidad de Barcelona, pero en su recensión de este sábado escribe solo acerca de la cáscara de la nuez, de su rugosidad al tacto, de su dureza –aunque para ello no parece que haya utilizado el durómetro en el ensayo de penetración con la ayuda de un indentador– y hasta de su colorido vistoso –sin que haya hecho recto uso de la escala cromática de colores al efecto–. Vamos, que más que la crítica literaria de una obra lo que hace es cumplir con el encargo que le han hecho, y de manera rutinaria y pobre.

Jordi Gracia en su reseña hace mención de quién escribe la obra o la historia, de qué anécdotas narra y hasta del tono con el que se cuentan. Pero, lo siento: ¡No es eso, no es eso! La literatura puede que tenga algo de todo ello, pero es otra cosa y es más, mucho más. Quasi una fantasia, el último Spp del bueno de A es literatura, es novela en marcha. Y es ahí donde ha de adentrarse el crítico, no en la cáscara de la nuez.



El recensionista de Babelia no se entera de que el valor de una nuez está en el interior, y es ahí donde hay que buscar lo verdaderamente importante. Y no es que le pidamos al recensionador que perore acerca de si la nuez es o no es un fruto seco indehiscente (aquenio), monospermo y con un pericarpio duro que deriva de un ovario ínfero cuya pared está endurecida, o de si aporta aminoácidos esenciales y no esenciales, o de si consta de una concha (mesocarpio), particiones y núcleos; o, desde otra perspectiva, si está constituido por dos valvas, divididas en su interior en dos o cuatro compartimentos que contienen las semillas (endocarpio).

Del crítico erudito y sabio Jordi Gracia habríamos esperado alguna reflexión sobre la perspectiva de narración de Quasi una fantasia y acerca de ese «narrador omnisciente» que T pretende ser en la nueva entrega de esa compleja novela en marcha que es su Salón de pasos perdidos –más de treinta años dedicado a ello y veintitrés volúmenes entregados ya a los lectores no es un monumento cualquiera que pueda pasar desapercibido, que en sus hilos narrativos y en su trama emula a los Episodios Nacionales del Pérez Galdós de otra época–.



O el ensayista Jordi Gracia podría haber hecho adecuada mención a esos seres fabulosos y extraños, a esos trasuntos reales que cobran vida propia en la novela, pasando de las musas al teatro, de manera que esos pespuntes de vidas ajenas, esas máscaras de seres embozados y encubiertos pasan a convertirse en personajes reales y ciertos de esa novela en marcha que, año tras año, con tanto mérito y esfuerzo va construyendo T y entregándonosla a los lectores, haciéndose merecedor de nuestro respeto y afecto.

Y hasta pudiera haber hecho mención el crítico literario Jordi Gracia de los aforismos ingeniosos que trufan la novela, de las efusiones líricas que incorpora su autor, de las comparaciones y metáforas con que condimenta y especia la novela, y hasta de las reflexiones familiares que se integran en la trama de la obra. Por no mencionar esa almazuela, que es un juego de trucos y un tapiz de diversos y bien entrelazados hilos, que es Quasi una fantasia, bien integrada en el “Salón de pasos perdidos”.

Y bien seguro que el recensionero Jordi Gracia al analizar la obra literaria podría haber hecho referencia a los leitmotiv, a los motivos temáticos, a los hilos del tapiz extraordinariamente tupido, a los elementos estructurales y los impulsos melódicos –que a veces actúan como presentimientos y anuncio de lo que ha de venir y otras como reminiscencia de lo ya acaecido–, rememorando el tejido musical de los dramas operísticos de Wagner a la búsqueda de su gesamtkunstwerk, de su obra de arte total.

Como en más de una ocasión hemos defendido y como pusimos en práctica en esa novela que tú y yo sabemos, un proyecto artístico literario ha de ofrecer al lector un relato bien estructurado où tout se tient, una peripecia motivadora hechos sorprendentes que conecten el pasado con el más rabioso presente de la España de hoy, una voluntad de estilo que cautive y una anagnórisis final que sorprenda y arrobe.

Y aunque es justo y necesario que el creador de una obra literaria ofrezca esos cuatro elementos –relato bien estructurado, peripecia motivadora, voluntad de estilo y anagnórisis final sorprendente–, ha de ofrecer mucho más: Ha de ofrecer una cosmovisión poderosa que cree un nuevo mundo y que cree un nuevo lector y permita a este ser más, ser otro y distinto al que era en el momento en que inició la lectura de la obra.

Ahí está Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos, esa novela en marcha que por doquiera que va el hombre lleva consigo; ahí estamos; ahí queremos estar, mientras tengamos ocasión y tiempo.

 https://elpais.com/babelia/2021-06-11/las-fantasias-reales-de-andres-trapiello.html

 

9/6/21

¿Hacia dónde...?

  

Ahora que ya hemos ampliamente superado el mezzo del cammin di nostra vita y con el poeta bien sabemos que la vida iba en serio y que envejecer y morir es el único argumento de la obra –«Ibant obscuri sola sub nocte per umbram» (Eneida 6:268)–, ya no sirve refugiarnos en el interior de Sinfonía de Praga, en lo que ha de quedar de lo habido –monumentum aere perennius–.



Aunque casi encerrados con un solo juguete, la novela o la historia que poco a poco va desarrollándose y espera hacerse presente en el futuro –«Los judíos mueren en Europa y se los entierra como a perros», mal escribía Hannah Arendt en tiempos de ruido y furia de 1940–, también queremos tener tiempo para otras historias y otras músicas y otros libros. ¡Son tantos los intereses que nos acompañan y los pensamientos que nos habitan!

Así, aunque desde la distancia, hemos asistido al concierto inaugural del Festival de Primavera de Praga (Pražské jaro 2021), y nos hemos recreado con “Mi patria” (Má vlast) de Bedřich Smetana –¡cuánta añoranza en el recuerdo!–; o nos hemos adentrado en el Obecní dům para acompañar el concierto de clausura con Mahler, Britten y Beethoven haciéndonos compañía. ¿Se puede pedir más?

«Noi adavam per lo véspero, attenti

oltre quanto potean li occhi allungarsi

contra i raggi seronti e lucenti»,

bien escribió el vate italiano, que nuevamente conmemoramos este año, con traducción de José María Micó:

Íbamos avanzando en el crepúsculo,

proyectando a lo lejos la mirada

y afrontando los rayos vespertinos.




 

Y, mientras, nos entretienen y enseñan William Faulkner (León en el jardín), Louise Glück (Noche fiel y virtuosa), Thomas Wolfe (Historia de una novela), Juan Ramón Jiménez (Días de mi vida), Harold Bloom (Novelas y novelistas. El canon de la novela), Francisco Brines (Ensayo de una despedida) e Irene Vallejo (Manifiesto por la lectura).




O reflexionamos sobre la literatura como expresión estética de la ética humana (Nulla aesthetica sine ethica) «Responsabilidad ética para analizar críticamente el pasado y críticamente comprometerse con el presente, corresponsabilidad ética con el mundo que hemos de dejar hacia el futuro», como bien hemos escrito y puesto en marcha en esa novela que tú y yo sabemos.

O le damos vueltas a la cruzada pública y ya un poco cansina, por lo reiterativa, que A lleva contra la izquierda, la progresía y la moral de los creadores de arte, identificando de manera simbiótica y biunívoca al creador con su obra artística.

Y no es que A, que ya desde hace años parece que aspira a ser un «viejo agrio y disconforme» (p. 523 de su último Spp) –si es que no un simple cascarrabias–, no tenga unas cuantas razones para decir y escribir lo que de manera monotemática dice y escribe, con gran alborozo y algazara de los de la caverna. Pero, ya puesto a ello, alguna vez podría y debería enfocar otros territorios y otras latitudes, de quienes tanto podría decir y escribir y no dice ni escribe ni una palabra al respecto.



Y me es muy difícil comprarle a T su mensaje de mandar al infierno la poesía de ese poeta descomunal y excesivo porque diz que confesó que cuando era cónsul colombino y ceilanés se llevó al huerto, por la razón o la fuerza –para hacer realidad la enseña y el lema de su patria chilena–, a una joven ninfa púber tamil. ¿O es que hemos de menospreciar el valor de su obra porque diz que se diz que el poeta abandonó en 1936 a su hija Malva, con dos años de edad, afectada por hidrocefalia?




¿O quiere el bueno de A que condenemos a la hoguera la pintura tenebrista y barroca de aquel pintor italiano porque diz que ese Michelangelo milanés era un asesino público y notorio que incluso fue condenado a muerte en 1606, o sea, un poco más allá de trasanteayer? Y los que acaban de descubrir en Madrid que son dueños de un nuevo Ecce Homo por él pintado, valorado en más de cien millones de euros, no querrán que minusvaloremos su obra, aunque nada más sea por los buenos millones que van a sacar por el cuadro.




¿Y hay que negar el pan y la sal a la obra de arte de ese poeta homosexual público y confeso –sí, todos sabemos que en otros tiempos no tan lejanos el vicio nefando llevaba a la cárcel, si es que no directamente a la hoguera– porque diz que en su estancia filipina como niño rico, hacendado y tabaquero hizo de las suyas con algún agujero masculino que tuvo a su alcance, sin importarle mucho la edad de la criatura afectada? ¿O hemos de vilipendiar el Quijote porque su autor estuvo hasta tres veces penando en la cárcel de Sevilla o en la de Argamasilla de Alba, o porque tuvo algunas ocupaciones non sanctas? ¿O no habríamos de ser capaces de diferenciar entre la obra, maravillosa y espléndida –¡ay, qué triste es la muerte de los viajantes!–, y su autor, si este abandonó y ocultó cuanto pudo a su hijo con síndrome de Down? Sí, ese hijo, Daniel, que fue internado nada más nacer, en 1966, fruto del tercer matrimonio del insigne dramaturgo norteamericano, poco tiempo después de haberse divorciado de Marilyn Monroe. ¿O hemos de quemar la obra filosófica y muy marxista de quien en un acto de locura asesinó por estrangulación a su esposa Hélène en 1980?




¿Hemos de valorar Cien años de soledad (1967) en función de que GGM se declaró castrista y defensor de la revolución cubana desde 1959, o que, a pesar de los pesares, siguió siendo castrista hasta su muerte en 2014? ¿O acaso La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1966) o Conversación en La Catedral (1969) y otras obras innovadoras y valiosas de MVLl se han de considerar desde la perspectiva de que su autor era un castrista convencido hasta al menos el año 1971 (caso Padilla)? ¿O acaso esas obras del escritor peruano han de valorarse desde el liberalismo a ultranza que desde hace años defiende su autor, que en estos días promueve a Keiko Fujimori –¡lo que hay que ver, con lo que Vargas Llosa sabe de los Fujimori, padre e hija!– como mal menor frente al izquierdista Pedro Castillo para su Perú natal bien jodido?




Por no mencionar a FS el filósofo evolucionista evolutivo, que por el camino que lleva, de la manita de Rosa Díez, otra evolucionista convencida, no sabemos dónde acabará. ¿O sí? ¡Quién le ha visto y quién le ve, ni sombra de lo que era! ¿Es ese el camino a seguir? Menos mal que nos queda su obra, aunque no nos guste el personaje, y somos capaces de diferenciar entre una y otro.



O si cambiamos la perspectiva de observación, ¿cómo hemos de leer o analizar hoy día Lolita y El gran Gatsby, o La Celestina y Matar a un ruiseñor, o Tintín y Caperucita Roja? ¿Con los ojos y en el contexto artístico y social en que las obras fueron creadas o desde nuestra actual perspectiva censora? ¿Y a la esbelta y deliciosa Venus la colocamos una hoja de parra bien grande para que no se le vea el pubis? ¿Y qué vamos a hacer con El origen del mundo de Courbet? ¿Acaso ocultarlo de la mirada pudibunda de nuestra época? ¿O extendemos un paño bien tupido delante de las pinturas mitológicas de Tiziano cuando los jerarcas iraníes acudan invitados en visita oficial al museo del Prado?




Época de buenismos y de censura esta, como de vez en cuando expresa encolerizado JM en su habitual filípica dominical de EPS. Y odas encendidas y loas entregadas a Stalin, a Franco y a los sátrapas sanguinarios que en el mundo han sido, son y serán hay unas cuantas, escritas a veces por plumas bien reconocidas y prestigiadas. Tarea nuestra será diferenciar entre el autor y su obra o ser capaces de discriminar en el arte entre lo bueno y lo óptimo, valorando a cada obra artística en el contexto en el que se ha generado, ignorando aquello que no venga al caso, ¿no os parece?

 

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