En el Babelia
de hoy de El País aparece una
columna de Jordi Gracia sobre Quasi una fantasia, el último Spp
del bueno de A. Mira que le tengo respeto al crítico literario, ensayista y catedrático
de literatura española en la universidad de Barcelona, pero en su recensión de
este sábado escribe solo acerca de la cáscara de la nuez, de su rugosidad al
tacto, de su dureza –aunque para ello no parece que haya utilizado el durómetro
en el ensayo de penetración con la ayuda de un indentador– y hasta de su
colorido vistoso –sin que haya hecho recto uso de la escala cromática de
colores al efecto–. Vamos, que más que la crítica literaria de una obra lo que
hace es cumplir con el encargo que le han hecho, y de manera rutinaria y pobre.
Jordi
Gracia en su reseña hace mención de quién escribe la obra o la historia, de qué
anécdotas narra y hasta del tono con el que se cuentan. Pero, lo siento: ¡No es
eso, no es eso! La literatura puede que tenga algo de todo ello, pero es otra
cosa y es más, mucho más. Quasi una fantasia, el último Spp del
bueno de A es literatura, es novela en marcha. Y es ahí donde ha de adentrarse
el crítico, no en la cáscara de la nuez.
El
recensionista de Babelia no se entera de que el valor de una nuez está en el
interior, y es ahí donde hay que buscar lo verdaderamente importante. Y no es
que le pidamos al recensionador que perore acerca de si la nuez es o no es un
fruto seco indehiscente (aquenio), monospermo y con un pericarpio duro que
deriva de un ovario ínfero cuya pared está endurecida, o de si aporta
aminoácidos esenciales y no esenciales, o de si consta de una concha
(mesocarpio), particiones y núcleos; o, desde otra perspectiva, si está
constituido por dos valvas, divididas en su interior en dos o cuatro
compartimentos que contienen las semillas (endocarpio).
Del
crítico erudito y sabio Jordi Gracia habríamos esperado alguna reflexión sobre
la perspectiva de narración de Quasi una fantasia y acerca de ese «narrador
omnisciente» que T pretende ser en la nueva entrega de esa compleja novela en
marcha que es su Salón de pasos perdidos –más de treinta años dedicado a
ello y veintitrés volúmenes entregados ya a los lectores no es un monumento
cualquiera que pueda pasar desapercibido, que en sus hilos narrativos y en su
trama emula a los Episodios Nacionales del Pérez Galdós de otra época–.
O el ensayista
Jordi Gracia podría haber hecho adecuada mención a esos seres fabulosos y extraños, a esos trasuntos reales que
cobran vida propia en la novela, pasando de las musas al teatro, de manera que
esos pespuntes de vidas ajenas, esas máscaras de seres embozados y encubiertos
pasan a convertirse en personajes reales y ciertos de esa novela en marcha que,
año tras año, con tanto mérito y esfuerzo va construyendo T y entregándonosla a
los lectores, haciéndose merecedor de nuestro respeto y afecto.
Y hasta
pudiera haber hecho mención el crítico literario Jordi Gracia de los aforismos
ingeniosos que trufan la novela, de las efusiones líricas que incorpora su
autor, de las comparaciones y metáforas con que condimenta y especia la novela,
y hasta de las reflexiones familiares que se integran en la trama de la obra.
Por no mencionar esa almazuela, que es un juego de trucos y un tapiz de
diversos y bien entrelazados hilos, que es Quasi una fantasia, bien
integrada en el “Salón de pasos perdidos”.
Y bien
seguro que el recensionero Jordi Gracia al analizar la obra literaria podría
haber hecho referencia a los leitmotiv,
a los motivos temáticos, a los hilos del tapiz extraordinariamente tupido, a
los elementos estructurales y los impulsos melódicos –que a veces actúan como
presentimientos y anuncio de lo que ha de venir y otras como reminiscencia de
lo ya acaecido–, rememorando el tejido musical de los dramas operísticos de
Wagner a la búsqueda de su gesamtkunstwerk,
de su obra de arte total.
Como en más
de una ocasión hemos defendido y como pusimos en práctica en esa novela que tú
y yo sabemos, un proyecto artístico literario ha de ofrecer
al lector un relato bien estructurado –où tout se tient–, una peripecia motivadora –hechos sorprendentes que conecten
el pasado con el más rabioso presente de la España de hoy–, una voluntad de estilo que cautive y una anagnórisis
final que sorprenda y arrobe.
Y aunque es justo y necesario que el creador de una obra
literaria ofrezca esos cuatro elementos –relato bien estructurado,
peripecia motivadora, voluntad de estilo y anagnórisis final sorprendente–, ha de ofrecer mucho más: Ha de ofrecer una cosmovisión
poderosa que cree un nuevo mundo y que cree un nuevo lector y permita a este
ser más, ser otro y distinto al que era en el momento en que inició la lectura
de la obra.
Ahí está Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos,
esa novela en marcha que por doquiera que va el hombre lleva consigo; ahí estamos;
ahí queremos estar, mientras tengamos ocasión y tiempo.
Me gustó mucho la cronica de Jordi Gracia y leí con interes la tuya. Leo y tengo toda la obra de AT desde el gato encerrado. Hoy sigo leyendo al escritor pero dejo de intetesarme la persona.
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