Un placer intercambiar reflexiones con vosotros, José Manuel Querol, Pedro Crespo Refoyo, Ernesto Escapa, José Luis Morante y tantos otros lectores.
Por retomar palabras que aparecen en la página 408 de esa
novela que vosotros y yo sabemos, el narrador escribe que Meme, ¡ay, Meme de
mis amores!, en una noche musical y gloriosa:
«Habló mucho
de mí y de mi pasado
—mostró que conocía detalles nimios, triviales e insignificantes de mi vida,
incluso algunos asentados en remotas etapas en Villahibiera—. Y demostró que
conocía muy bien, pelos y señales incluidos, mi estancia en la República Checa
o sabía acerca de mis viajes a Serbia, Suiza, Israel o Estados Unidos o mis
andanzas por tierras africanas —cocodrilo de Guinea Ecuatorial incluido— y
otras aventuras por diversos destinos y lugares.
Habló también sobre la novela. La conoce bien; conoce
cómo ha ido evolucionando y el estado en el que se encuentra en este momento.
Incluso hizo algunas reflexiones acerca de su difusión, una vez que esté
concluida. Podría ser generoso, me indicó, y entregar una versión abreviada de
la obra, para goce y disfrute de los lectores.
Y
reflexionamos sobre la poética de la recepción,
sobre cibercultura, sobre hipertextos, sobre cómo se ha de pasar del lector in fabula al lector in machina y de qué efectos tiene ello sobre el proceso de
creación y sobre la propia obra de arte, así como sobre su recepción.
Al final terminamos buscando nombres para denominar la
nueva cosa —«un nuevo nombre para la nueva cosa», según le recordé que había
escrito en uno de sus mensajes a mis móviles—. Pensando en lo habido y, sobre
todo, pensando en lo que vendrá llegamos a la conclusión de que nowwwela o nowebla podrían
ser términos adecuados para denominar el invento que teníamos entre las manos».
Lo
que a todos vosotros, mis queridos críticos y lectores, os gustará saber es que
en la versión extendida de la Sinfonía de
Praga —esa que yace en el taller del artista,
ya que a la luz ha salido una versión abreviada— aparece el texto siguiente,
que ha sido elidido:
«Debatimos sobre cómo la obra ha de generar su propio
contexto de lectura o de comunicación, o sobre cómo en la novela el proceso de
definición del entendimiento receptivo culmina con la inserción del receptor en
el texto mediante un juego de espejos que permita a los lectores identificarse
con aquellas figuras que, al igual que ellos, pero desde el interior de la obra
artística, atienden a las historias y las valoran para enseñar a descifrar la
obra que se está leyendo —tal como ya sucede con Tarsiana en el Libro de
Apolonio—, o sobre cómo se puede llegar a pretender modificar el desarrollo
argumental de la obra si no se está de acuerdo con el proceder de los
personajes de ficción —y lo ejemplificamos en el capítulo XL del libro primero
del Amadís de Gaula».
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