Praga,
siempre Praga; mágica Praga; Praga adorada y adorable; PRG, simplemente, como
se dice en la página 455 de esa novela que tú y yo sabemos.
Retorno
a Praga, si es que alguna vez hemos salido de ella —cuando en ella entras, ya
nunca más podrás abandonarla, porque ella está siempre dentro de ti, en todo
lugar y momento—.
Praga,
siempre Praga. Praga, la Jerusalén de Europa, símbolo de sí misma y escenario
propicio para cualquier suceso, por mágico o prodigioso o realista que resulte.
Praga,
la nueva çibdad —aunque sin un
nuevo Cid que se pueda sonreír o sonrisarse ante ella—, lugar de encuentro y de desencuentro, de amparo y de desamparo, de
compenetración y de ruptura, madre y madrastra, acogedora y opresiva, retablo
de las maravillas, eso y todo lo demás al mismo tiempo.
Praga
—PRG—, siempre Praga.
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