Aunque los busqué, no
hallé los dos momentos cuyas citas están integradas en “Un mundo [libro] de
citas”, en «Memorabilia» de Compleméntum (Manifiesto) de Sinfonía de Praga:
«Las
ratas empiezan a mordisquear
las sábanas. Hay murmullos ahí abajo».
Dice
Richard Nixon en la ópera Nixon en China
(Música de John C. Adams y letra de Alice Goodman).
«Cuando
aparezco la gente depende
de
mis palabras [...]
[...]
Dejadme ser
un
grano de arena a ojos del cielo
y
probaré la dicha eterna».
Dice
Jiang Qing, la cuarta esposa de Mao Zedong –sí, esa, la de la Revolución
Cultural, la que tantísimos millones con horror recuerdan y otros cuantísimos
millones ya nunca podrán recordar– en la ópera Nixon en China.
Aunque no está mal para
hacernos reflexionar la pregunta que se hace el primer ministro chino Chou En-Lai
en la ópera: «¿Cuánto de lo que hicimos fue bueno?» (How much of what we
did was good?).
Y he acudido también al
Teatro Real a sentirme arrobado ante Tristán e Isolda,
que también se homenajea en Sinfonía de Praga (Pág. 274). Éxtasis ante
la versión semiescenificada, dirigida musicalmente por Semyon Bychkov, uno de
los directores musicales wagnerianos más cotizados de nuestros días.
La
orquesta, en medio del escenario, permitía oír con los ojos lo que
habitualmente apenas solo se puede percibir con la orquesta emplazada en el
foso y con la escenificación operística como dueña del escenario.
«El eterno femenino nos
impulsa» [Das Ewig-Weibliche zieht uns
hinan], es la propuesta fáustica goethiana que está muy presente en Tristán
e Isolda y en todo Wagner, y que
Mahler llevó al éxtasis en el finale
de su Octava Sinfonía, sinfonía que
ya nos está esperando el próximo 2 de julio en el Auditorio Nacional.
No
en vano, canta
Brunilda en el dúo amoroso final de El
ocaso de los dioses (Acto III, Escena III):
«Ewig
war ich, ewig bin ich,
ewig
in süß sehnender Wonne, doch ewig zu deinem Heil!»
[Eterna
fui, eterna soy,
eterna
en ese placer dulce y ansioso, pero siempre para tu bien].
Como ya alguna vez hemos
escrito: ¡Quién hubiera podido estar aquella tarde de septiembre de 1857 en un
rinconcito discreto del salón en que Wagner leyó el libreto de Tristán e Isolda delante de tres
mujeres, su esposa, Minna, su amada musa y acaso otras muchas cosas, Mathilde
Wesendonck, y su futura amante y posterior esposa, Cosima von Bülow! ¡Ay, las
mujeres y los hombres, qué cosas tan maravillosas suceden entre ellos!
Y si hemos de resaltar una sola palabra en el
libreto de Tristán e Isolda, esa es,
sin duda, “Ewig!” (¡Eternamente!), que aparece con frecuencia en la obra
(ewig ihr nur zu leben ohne End… ewig einig –vivir eternamente solo para ella, sin
fin…eternamente unidos–), y que, como
muy bien saben los buenos lectores, se reitera en esa novela que tú y yo
sabemos, y se adentra también en Papeles de Benjamin.
Que no solo de pan –digo,
de literatura– vive el hombre. Aunque, ¿de qué se alimenta el escritor?, ¿qué
es lo que le hace ser el que es? Y para ello podemos ir hasta Ion, el
diálogo que Platón escribió, hacia el año 401 a. C., siendo todavía muy joven,
y donde Ion, el rapsoda, el artista que va de pueblo en pueblo recitando poemas
épicos a quien quiera oírle, habrá de responder a Sócrates acerca de si la
poesía ha de ser considerada como arte –resultado del aprendizaje y del
esfuerzo– o como mera inspiración de los dioses, que estos solo propician a los
elegidos.
Por
un rato, hemos abandonado el taller de PdB, donde intentamos que la
novela sea cada
día más y mejor hasta el momento en que llegue a los lectores. Después de John C. Adams,
Richard Wagner ha venido a acompañarnos y a hacernos la vida más gozosa con su Muerte de amor (Liebestod):
«Deseo
sexual y muerte, por fin conjuntados, con Schopenhauer al fondo, en la escena
final de la ópera, unión última y definitiva del caballero Tristán y la
princesa Isolda a través de la muerte» (como escrito está en la Pág. 274 de esa novela
que tú y yo sabemos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario