23/8/25

Ulises en busca de su destino final

          Por unas horas, he salido del taller de La alegría de vivir, de mi locus amoenus escurialense, para recrearme con la película El regreso de Ulises, que acaban de estrenar.

         ¿Me gustó? Solo a medias. Demasiado melodramática, demasiada sobreactuada. Aunque, ¿cómo ponerle peros a esa realidad en fábula homérica, a la que nos hemos referido  en Sinfonía de Praga (Pág. 271) y hemos reiterado en Los papeles de Walter Benjamin (Pág. 138)?:

 

         El buen lector bien recordará aquello de:

          «Después de tan largo viaje, lleno de peripecias, Ulises llega a su tierra, Ítaca, y ni siquiera la reconoce ni se reconoce en ella «¡Ay de mí! ¿En tierra de qué gentes me hallo?». Los extensos caminos, las rocas recortadas o los árboles frondosos no coinciden con los caminos, las rocas o los árboles que están fijados en su mente; ni siquiera el puerto al que arriba es el añorado puerto al que tanto le ha costado llegar. Y la culpa no es de la niebla que Palas Atenea ha extendido para engañar al taimado y astuto Odiseo sino de la añoranza e idealización que el viajero ha ido haciendo de lo que bien sabe y mejor conoce, idealización de la historia, de la realidad convertida en fábula, en ficción, donde lo importante es el viaje y no el destino, ya que es el largo viaje el que ha transformado la realidad conocida en sueño idealizado y ficticio, en ensueño que todo lo trastoca.

         Solo el fiel porquerizo Eumeo y la inestimable ayuda de su hijo Telémaco van a ayudar al héroe homérico a reconstruir la realidad y a reconquistarla, reconquistando a su amada Penélope y reconquistándose a sí mismo en el intento.»

 

         O algunas de las diversas ocasiones en que Walter Benjamin se transforma en un Ulises moderno:

         «Ítaca, siempre ansiando retornar a Ítaca, siempre ansiando llegar a Ítaca ¿Y si no hay una Ítaca a la que regresar? ¿Y si ni tan siquiera hubo una Ítaca de la que partir?» (Pág. 190).

 

«Remar, remamos; remamos con todas nuestras fuerzas, con denuedo y sin desmayo. ¡Mira que si remamos con todas nuestras fuerzas en sentido contrario a Ítaca, a lo que queremos que sea nuestro destino! Pasado y futuro conjuntado en un presente compartido que se deshilacha entre ruinas –muerte y destrucción por doquier–. ¡Mira que si, a pesar de todo, consigues llegar a Ítaca!» (Pag. 197).

 

         Con profunda desesperanza, en septiembre de 1940, Benjamin escribe cuando está llegando al final de sus días:

         «Mientras sigues buscando afanosamente los imprescindibles visados, duermes en una escuela que el ayuntamiento de Marsella ha convertido en centro de acogida para gentes sin hogar. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Benjamin! ¡A dónde has llegado, Walter! Tú, que aspirabas a dormir en el lecho de madera tallado en el tronco de un olivo, como en su día logró aquel varón ingenioso que anduvo errante durante mucho tiempo por el mundo y conoció muchos pueblos y gentes, hete aquí, ahora, en Marsella, acogido como uno más entre todas estas gentes sin hogar y sin futuro» (Pág. 157).

          

         ¡Sed felices, mientras uno se reintegra al taller de creación literaria de su locus amoenus escurialense, que la musa nos está esperando!

 

 


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