19/4/21

Nota volandera para el Sr. Marías Franco

 

Buenos días, Sr. Marías:

Después de leer su Tomás Nevinson (tan placentera y grata, como casi siempre su obra y todos sus escritos, incluidas sus colaboraciones periodísticas algunos dirán que le sobran doscientas páginas; yo les respondería a esos que hubiera asumido con gusto doscientas más), permítame hacerle algunas reflexiones ortográficas a través de esta nota volandera.



Y se las dice un ‘ruanés’ de pueblo, nacido en esa España del noroeste vacía y vaciada (algunos hemos nacido en esa provincia del noroeste que vamos a llamar ‘Ruán’, por citar el nombre que usted le ha dado, y ha tomado unos cuantos vinos en el ‘Barrio Tinto’ o se ha adentrado en la ‘Catedral’ o en ‘El Cantuariense’). Un ‘ruanés’ que ha ejercido como Catedrático de Lengua Castellana y Literatura durante años y como Agregado de Educación en un país centroeuropeo durante algo más de un lustro (enseñando y promoviendo la lengua y la cultura española), que desde hace ya décadas ejerce como Inspector de Educación (supervisando cómo enseñan los que enseñan) y que hace también sus esfuerzos en el ámbito de la creación literaria (ahí está Sinfonía de Praga www.sinfoniadepraga.esy otras obras para dar buena cuenta de ello).

Todas las Ortografías, como usted bien sabe, también la de 1999, y la de 2010 de la Real Academia Española, son una convención arbitraria y cambiante: Así es y así ha de ser nuestra lengua escrita, fruto de una convención acordada y respetada por todos los usuarios. Y como convención arbitraria que es, se ha de enseñar y se ha de aprender: Ello se logra básicamente en la escuela y en el sistema educativo, pero también en el ámbito familiar, en la sociedad, en los medios de comunicación y hasta en las redes sociales.

Y esa convención arbitraria, y en consecuencia opinable, se aprende también en los textos literarios. Por ello, en buena medida se aprende leyendo, leyendo y volviendo a leer; leyendo, por qué no, su Tomás Nevinson.

Y entonces los lectores de Tomás Nevinson dudan y se sorprenden: Ellos quieren reglas estables, normas a seguir, convenciones a imitar y reproducir. Y leen y comparan lo que se les enseña en la escuela y por otros medios, lo que ven con sus ojitos en otras obras literarias valiosas, y entonces se sorprenden y dudan.

¿Entonces los demostrativos (‘este’, ‘ese’ ‘aquel’…) llevan tilde en algunos casos sí o no la llevan nunca? ¿Hay palabras como ‘de’, ‘te’, ‘aun’, ‘solo’ y otras más que han de llevar tilde o no según su valor gramatical o su significado?

¿Y qué pasa con palabras como ‘río’ (‘Yo me río’; ‘el río Lesmes’), con otras como ‘rio’ (‘se rió otra vez con malicia’ escribe usted (p. 73 de su novela); ‘se rió con ganas’ (p. 86), ‘Tupra se rió’ (p. 92), etc. aparecen en Tomás Nevinson)? ¿O qué le sucede a ‘fie’ (‘Me fié de Blakeston’ escribe usted (p.185)) por contraste con ‘fíe?

Quienes pretenden disfrutar y aprender leyendo su obra, señor Marías, se incomodan ante lo por usted escrito cuando siguen leyendo y se encuentran con ‘Ruán’ donde esperarían encontrar ‘Ruan’, y así otras palabras semejantes.

Y, sin embargo, leen y ven ‘dio’, ‘bien’, ‘fue’ y tantas otras palabras más, correctamente escritas.

Leí en su día sus “Discusiones ortográficas”, publicadas en EL PAÍS el 30 de enero y el 6 de febrero de 2011. Pero ha de tener en cuenta que cuando usted escribe, escribe para los demás, escribe para todos los castellanohablantes, los que están en España y los que pretenden hablar y escribir un castellano correcto desde Centroeuropa y desde tantos otros lugares del mundo. ¿No cree que ha llegado ya el momento de respetar las convenciones ortográficas arbitrarias que nos hemos dado, que la RAE ha establecido para la mejor convivencia y comunicación entre todos los castellanoescribientes?

Permítame ponerle una analogía, acaso un poco burda, pero espero que me la disculpe: Usted acaba de llegar en el AVE a la estación de Atocha, procedente de su larga estancia en tierras catalanas los meses pasados. Como hace habitualmente, coge un taxi para ir a su casa. El taxista, un paquistaní educado en Gran Bretaña que se siente muy british y viste a la manera occidental, cabellera incluida, cuando sale de la estación gira inmediatamente a la izquierda para dirigirse hacia la glorieta de Atocha. Se provoca inmediatamente un enorme follón, pitidos y estruendo de frenazos incluido. Menos mal que no ha habido un accidente y nos quedamos sin presente ni futuro para el señor Marías.

‘Alma de cántaro, ¿dónde aprendió usted a conducir?’, le dice usted, muy cabreado. ‘¿No sabe que en España se conduce por la derecha y no por la izquierda? ¿No cree usted que todos hemos de respetar las convenciones de circulación de vehículos automóviles que nos hemos dado?’. El taxista, entre medias palabras, que si en su país, y gestos apesadumbrados, que si en Inglaterra, le pide mil disculpas, dios me perdone, mientras da marcha atrás y rectifica. Luego, con voluntad y esfuerzo, respetando las convenciones y normas de circulación urbana, le lleva a usted a través de Paseo del Prado, Recoletos y Alcalá hasta la Puerta del Sol. En ese momento, usted, sin abandonar del todo el periódico que va leyendo, por el rabillo del ojo ve que su paquistaní pretende entrar a la calle Mayor. Muy sobresaltado, inmediatamente le para y le grita: ‘¡Pero a dónde va! ¿No ve que esa calle es de sentido único?’. Y él le contesta, ufano y sonriente: ‘Pues claro, de sentido único, el sentido que usted y yo llevamos. No se preocupe, que inmediatamente le dejo en la puerta de su casa’. En ese momento usted decide que no merece la pena explicarle que esa calle de sentido único no puede cogerse desde la Puerta del Sol hacia su casa, que la calle Mayor tiene sentido único, pero inverso a la marcha que ustedes llevan. Raudo y veloz, usted se baja del taxi, le paga sin dejarle un mal céntimo de propina –¡hasta ahí podíamos llegar, que aprenda primero las normas de circulación si quiere ejercer de taxista en España!– y se encamina andando hacia su casa, con la maleta a rastras, echando pestes del mundo en que vivimos y pergeñando ya en su mente ansiosa un buen tema para su colaboración dentro de un par de semanas en EL PAÍS.

Pues eso.

Un cordial saludo, y a seguir escribiendo, pero bien.

 

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