Praga maravillosa,
milenaria y mágica, como se dice y se reitera en una novela que tú y yo sabemos.
Praga, una vez y otra vez más.
Praga, siempre Praga; mágica
Praga; Praga adorada y adorable; PRG, simplemente.
O como nos describe Lieserl
Einstein en una entrada de su diario de 1931 (Págs. 159-160):
Desde mi ventana me gusta mirar todos los días hacia la
impresionante silueta del Castillo de Praga, enhiesta sobre la colina, con más
de once siglos de historia a cuestas, que se alza sobre la madre de las urbes
checas, la ciudad de las mil torres, la Praga de oro. Y si su silueta
impresiona cuando la miro de día, aún resulta más hermosa e imponente cuando se
la observa de noche, sobre todo si está bañada por la pálida luz de la luna.
«Veo una gran ciudad, cuya gloria va a tocar las estrellas» (Město
vidím veliké, jehož sláva hvězd se bude dotýkat), profetizó la mítica princesa Libuše para la fundación del
Castillo de Praga. «Diríjanse al bosque profundo —ordenó a los hombres de su
cortejo—.
«Allí
encontrarán a dos hombres tallando un umbral. En ese lugar construyan la nueva
ciudad, que llamarán, según el umbral —práh en
checo—, Praha». Así
describe la fundación del Castillo la leyenda checa.
O como la misma joven Lieserl le escribe al bueno de Albert
en carta de 28 de diciembre de 1933 (Pág. 192):
Praga, hermosa de día, coronada por mil torres —catedral de San
Vito, iglesia de Nuestra Señora de Týn, ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con su
famoso reloj astronómico, Puente de Carlos, Clementinum, Puerta de la Pólvora,
iglesia de San Nicolás y una larga
serie que se alarga hacia el infinito—, y hermosa de noche, iluminada por mil
estrellas, cuando los fantasmas despiertan de su sueño y se levantan para
recorrer sus calles adoquinadas y oscuras. Me gusta asomarme, de día y de
noche, a la ventana de mi cuarto y contar en voz baja: una, dos, tres,
cuatro... y así hasta que me canso de contar a unas y a otras.
O, en el trascurso de la peripecia de la novela (Págs.112-113), según
cuenta nuestro narrador:
Salí del
local. Hacía frío y la noche y la oscuridad se habían apoderado de Praga.
Estaba un poco aturdido. La música, la sexualidad explícita, las palabras tan
poco recatadas que se habían dicho y muy especialmente lo que me había
insinuado el Coronel me habían dejado incómodo. No quise coger el tranvía 20
para encaminarme hacia casa y me dirigí hacia el Národní divadlo, al otro lado del río Moldava. Pasearía un rato
por la otra orilla del río, hacia el Puente de Carlos, dejando que el frescor
de la noche y la humedad que se desprendía del agua me calmaran. El Castillo
lucía, imponente, en lo alto, más allá del río; la iluminación nocturna, sabia
y artísticamente organizada, resaltaba su poderío y magnificencia. Más al
fondo, a la izquierda, la hilera de luces del funicular, apuntaba hacia el
mirador de Petřín, que se vislumbraba en la altura. Y aquí, al lado, el agua
del Moldava susurraba su ronco sonido de años, mientras cientos y cientos de
aves —cisnes vulgares, porrones moñudos, unos cuantos cientos de gaviotas
reidoras, que no cesaban de revolotear y emitir gritos estridentes y agudos, y
otras diversas aves que no pude reconocer bien en la oscuridad— parecían no
tener prisa alguna por cerrar los ojos en la noche praguense.
¿Qué
había dicho o qué había querido decir el Agregado de Defensa? ¿Qué había insinuado
sobre lo que sé o sobre lo que debiera saber? Si yo solo sé que no sé nada, o
creo que eso es lo que sé. Pero dijo algo más acerca de que los herederos sí
saben quién soy yo. ¿Meme? ¿Meme estará implicada en esta historia, acertijo,
adivinanza o vayan ustedes a saber qué?
El frío
estaba haciendo esconderse a los últimos turistas que aún deambulaban por el
Puente de Carlos. Caminé rápido entre ellos, sin prestar atención a las
diversas estatuas religiosas que jalonaban los pretiles del puente. En ese momento
me vino a la mente Tom Cruise y los demás personajes de Misión imposible, algunas de cuyas escenas se habían rodado en
estos lugares. El mundo de las traiciones, los espías, los dobles o triples
juegos, las apariencias que engañan, la sangre que no es sangre y la muerte que
no es muerte pero que parece como si lo fuera se agolpaban en mi mente. Me vi
dentro de la película, jugando a un juego de buenos y malos, de verdad engañosa
—engaño a los ojos, o a la mente, donde el cielo azul que todos vemos ni es
cielo ni es azul—, juego de mentiras que han de salir a relucir, de realidades
y ficciones entremezcladas. ¿O era el mundo de la película el que venía a
desarrollarse en mi realidad? ¿Era yo, era Meme, era el Coronel, eran Max Brod
y Lieserl y Otto Schödinger los que estábamos interpretando una película cuyo
guion desconocíamos y cuya evolución y desenlace ignorábamos? Y si había
película, debía haber un guion previo, un storyboard
bien estructurado y definido y un director todopoderoso; y alguien había hecho
el casting y seleccionado las
personas o los personajes, y había un inmenso gentío participando en todo el
proceso, tomando cada cual las decisiones que le eran propias para llegar a
enlatar o grabar un producto cerrado, artístico, que se mostraría luego a los
espectadores. ¿Y qué pintaba yo en todo esto? Con estas y otras ensoñaciones
llegué a la plaza de Malostranská, cogí el tranvía y me dirigí hacia casa. Ya
estaba bien. Ya habría ocasión de seguir con todo esto, que no quería volverme
loco, que no debía dejar que me volvieran loco.
https://www.facebook.com/demetrio.fernandezgonzalez
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