O
tempora, o mores! Tiempos aquellos que bien recuerda y nos haces recordar nuestro amigo y compañero de fatigas Ernesto Escapa en el Diario de León
de hoy, 22 de diciembre, bajo el rótulo de «El vicio impune» (https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/vicio-impune_1301577.html?fbclid=IwAR0zAFvM8dlTVrwuwq2gXmi1SQ4wh_mEovrLAPfuE2dR7LUrOeaG67OOzyE).
Y
también, amigo Ernesto, podrías haber mencionado el aprendizaje de la sintaxis,
de aquellas frases complejas, enrevesadas que –buenos conocedores del latín–
teníamos que analizar en detalle.
Aunque
algunos –un poco más jóvenes– fuimos ya más de D. Benjamín que de D. Miguel, ambos dos en nuestros añorados recuerdos.
Y
pensándolo bien, amigo Ernesto, ¿no idealizamos aquel pasado de lo vivo lejano,
que retorna transmutado e idílico? Porque aquel pasado que retorna vívido no es
el que fue, que retorna transmutado, sin el frío gélido que sufríamos, sin
sabañones, sin las tensiones de adolescentes ansiosos que una vez fuimos.
O
en la última página de El País de hoy
nos encontramos con un artículo de Manuel Ansede, «Justicia para el anfitrión
de Einstein» (https://elpais.com/elpais/2018/12/20/ciencia/1545333648_983708.html).
Y
más, mucho más podría decirse del bueno de Albert Einstein, que en el verano de
1933, cuando decide abandonar una Alemania que comienza a sucumbir a sus
demonios, piensa incorporarse como profesor a la Universidad de Madrid, como
bien recuerda Lieserl en una novela que tú y yo sabemos (Pág. 215), decisión
que, sin embargo, no pudo llevar a cabo.
Lo
que no obsta para que tuviera muy claras sus ideas en el conflicto civil que vive
España en años posteriores y a primeros de febrero de 1937 Albert hace pública
a través de la embajada de España en Washington una carta de apoyo a la
República Española contra el levantamiento militar promovido por el general
Franco: «Les aseguro que me siento muy unido a las fuerzas republicanas y a la
lucha heroica que libran en esta gran crisis de su país.» (Pág. 257).
O ya que estamos de recuerdos, bueno será recordar que Mileva Marić, la hija de Marija Ruzić y Milos Marić, la joven enamorada de Albert Einstein y madre de Lieserl, nació hace solo tres días, el 19 de diciembre, allá por el año 1875, como saben muy bien los lectores de Sinfonía de Praga.
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