25/12/18

Mucho que recordar, de tanto haber vivido




Mucho que recordar, de tanto haber vivido, con las págs. 98 y 99 de esa novela que tú y yo sabemos in mente:


...recordamos muchas cosas de nuestras tierras de origen, hablamos de nuestros hijos, de las privaciones que sufrimos de niños, de la educación que recibimos y de la que les habíamos dado a nuestros vástagos, de la generación que fuimos o que éramos y de la que representaban nuestros hijos. Le conté algo acerca del libro que había escrito para mi hijo –un libro único, tan especial que está destinado a un único lector– cuando había concluido sus estudios de Derecho. Le expliqué cómo a través de La educación del Príncipe esperaba haber transmitido a mi hijo algo de lo que es, de lo que somos, o cómo le hacía saber que cada vez estaba más convencido de que somos más nature que nurture, de que los genes de nuestros ancestros están en nosotros. O le transmitía que, a su vez, cada uno de nosotros emprendemos una ardua lucha para perpetuarnos y transmitir lo que hemos heredado y lo que somos a nuestra descendencia y a la posteridad. Al mismo tiempo le animaba a volar, volar alto y lejos, a crecer y desarrollarse como un árbol, para lo que necesitaba espacio y luz y soledad, a recorrer su propio camino a Ítaca (Cada vez más alto, / cada vez más fuerte, / cada vez más rubio / y los ojos más azules). Le hablé también de mi hija, sangre de la misma sangre, el mismo venero corre por sus venas, la diosa del universo que ha venido a habitar entre nosotros, a hacerse beldad de marfil y carne, de ébano y oro, de hueso y metales preciosos, esbelta y víbora al mismo tiempo. Pero a la vez que todo ello, y con dolorido sentir, tal como se dice en el libro: La beldad de lo absoluto no admite, no transige el contacto con los mortales, sin ser consciente de que quién más mortal que la rosa, que se marchitará y será ignorada, por ajada, en tiempo breve. Y no quise –la verdad es que tampoco hubo ocasión ni el Coronel era el interlocutor más apropiado para ello– mencionarle Heptagrama (Estructuras), la novela primigenia –oh, tiempo aquel, joven e indocumentado– y, en gran medida, el principio generador de todo lo que luego habría de venir.


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