¿Ya saben el d’aquel en què ella diu: «Yo también»?
Pero no
van por ahí los tiros, que van por otros derroteros, más tristes y sombríos, ya
que yo también he leído, con razonable pasión y aprovechamiento, «La
Península de las casas vacías», de David Uclés, que en este momento está
leyendo media España y la otra media haría bien en leer.
Tiene
mucho mérito la obra y más aún su autor, a pesar de algunos fallos y errores
disculpables, que se habrán de subsanar en sucesivas ediciones.
Y sí,
merece la penar leerla, merece la pena ser leída «La Península de las casas
vacías», de David Uclés, en esta España nuestra. Parece como si la Guerra
Civil española, con todo su desgarro, con tanta muerte y dolor, con tanta
destrucción, hubiera existido para que David Uclés nos la contara del modo como
lo ha hecho en estos tiempos de ruido y furia.
Me ha
gustado la voluntad de estilo de su autor, la recuperación que hace de esa
España rural de viento solano y palabras terruñeras, que nos retrotrae a tiempos
no tan lejanos ni tan ajenos.
Me ha
resultado satisfactorio –aunque, a veces, se hace cansina, por reiterativa– la
aparición continuada del narrador, deus ex machina que estructura,
ordena y determina el relato. No debió ser nada fácil encontrar el mecanismo que
propiciara la integración de elementos tan inconexos, tan heterogéneos en un
todo, où tout se tient, tal como tantas veces hemos defendido que se ha
lograr en la novela.
Es
ilustrativa de todo ello esa imagen dada a conocer por el propio autor durante
su estancia en los Alpes, «atando cabos y jugando con el tiempo» cuando estaba
trabajando en la novela.
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