5/6/20

La columna mariana vuelve a la plaza de la Ciudad Vieja de Praga



La Plaza de la Ciudad Vieja de Praga recupera desde hoy su Columna Mariana, según nos recuerda Radio Praga:





Y la nueva Columna Mariana nos lleva a la página 62 de esa novela que tú y yo sabemos. A la Columna Mariana junto a la que tantas veces se había citado Otto Schödinger con su novia, Max Brod o Franz Kafka:

«Y más se sorprendería cuando, tras el final de la guerra y la proclamación de la independencia de la patria checoslovaca, se derriba inmediatamente la pretenciosa columna barroca dedicada a la virgen María, ubicada en el centro de la plaza, junto a la que tantas veces había quedado con su novia Anna o con sus amigos Max Brod o Franz Kafka. Esa columna dedicada a la virgen que le gustaba observar analizando con meticuloso cuidado la dirección en la que se extendía su sombra o la longitud que esta alcanzaba para determinar con exactitud la hora del día en función de la posición que ocupaba la tierra respecto al sol y la inclinación de su eje de rotación: ¡No era poca la alegría que le producía su propia capacidad de observación y análisis cuando hacía sus cálculos y luego acudía a contrastar el grado de acierto que había conseguido en el reloj astronómico de la vecina torre del Ayuntamiento –si es que el sonido de las campanas o el canto del gallo no le manifestaban la exactitud de sus cálculos sin tener que acercarse y levantar la vista hacia el complejo artefacto astronómico!».




Y si quieres saber más sobre la plaza de la Ciudad Vieja de Praga, en la novela puedes seguir leyendo:

«No deja de sorprenderse Otto ante el grandioso monumento que se acaba de levantar en 1915, en plena Gran Guerra, en honor de Jan Hus en el centro de Staroměstské náměstí, en homenaje a las supuestas y añoradas esencias patrias frente al poder omnímodo ejercido por los Habsburgo desde la imperial Viena. Y más se sorprendería cuando, tras el final de la guerra y la proclamación de la independencia de la patria checoslovaca, se derriba inmediatamente la pretenciosa columna barroca dedicada a la virgen María, ubicada en el centro de la plaza, junto a la que tantas veces había quedado con su novia Anna o con sus amigos Max Brod o Franz Kafka. Esa columna dedicada a la virgen que le gustaba observar analizando con meticuloso cuidado la dirección en la que se extendía su sombra o la longitud que esta alcanzaba para determinar con exactitud la hora del día en función de la posición que ocupaba la tierra respecto al sol y la inclinación de su eje de rotación: ¡No era poca la alegría que le producía su propia capacidad de observación y análisis cuando hacía sus cálculos y luego acudía a contrastar el grado de acierto que había conseguido en el reloj astronómico de la vecina torre del Ayuntamiento –si es que el sonido de las campanas o el canto del gallo no le manifestaban la exactitud de sus cálculos sin tener que acercarse y levantar la vista hacia el complejo artefacto astronómico!




»Erguido en el centro de la plaza, mientras esperaba a Anna, a Otto le gustaba situarse en la estrecha franja de sombra de la columna de la virgen María y, después de hacer sus cálculos horarios, ensimismarse observando los edificios que configuraban el majestuoso entorno urbano. Miraba hacia el noreste, y el nuevo barrio judío, en pleno proceso de «saneamiento», le dificultaba adentrarse en el antiguo gueto que aún guardaba en su mente de sus años niños; se giraba un poco hacia la izquierda, moviéndose ligeramente para mantenerse en el interior de la sombra que se proyectaba desde la columna, y admiraba la torre del Ayuntamiento y el reloj astronómico, cuyo complejo mecanismo había logrado descifrar. Más al fondo, a la izquierda, se destacaba el edificio de la Universidad. Haciendo un nuevo giro a la izquierda, se enfrentaba a la iglesia de Týn, a la que mentes aviesas habían adosado edificios civiles para contrarrestar su empuje y la prestancia que exhibían sus dos torres puntiagudas tachonadas de agujas dirigidas hacia el cielo praguense, impidiéndole el acceso directo a la plaza, y al palacio Kinsky, donde estaba integrado el gymnázium en el que había realizado sus estudios de Secundaria. Al dirigir la vista al norte de la plaza los nobles edificios, de gran prestancia y colorido, abrían paso a la iglesia de san Nicolás, donde los husitas se mostraban encantados de haberse conocido y de haber sido reconocidos, recuperando incluso los viejos tiempos, acaso no tanto como fueron sino como querían que hubieran sido.




»La vieja plaza, tantas veces remozada, guardaba en su memoria sucesos varios de tiempos legendarios y modernos, las hogueras de la Inquisición, los regueros de sangre vertidos por los consejeros y alcaldes ajusticiados o la habitual recompensa recibida por los sublevados, conjurados y asesinos en forma de horca, picota o rueda. Aquí habían levantado sus gritos y sus voces predicadores religiosos, las hordas husitas indignadas o los humildes ciudadanos praguenses contra los soldados de Nassau. Aquí el 21 de junio de 1621 fueron entregados al verdugo ante el Ayuntamiento los nobles de Bohemia sublevados. En este lugar había sonado el estruendo de las armas, casi siempre enemigas, el fragor de lanzas, espadas y aceros y el tronar de cañones y fusiles. Con frecuencia las campanas repicaban y extendían su eco por toda la plaza, aunque no era para anunciar el rutinario paso de las horas sino para dar la señal de alarma ante la llegada del enemigo, fuera este de Brandeburgo, de Suecia, de Sajonia, de Francia, de Baviera o de Prusia.

»La histórica plaza también le trasladaba a Otto el griterío de días de júbilo y gozo de los torneos festivos, las aclamaciones a sus reales majestades de Bohemia, acompañadas del resonar de cientos de roncos tambores y de claros clarines, o el entusiasmo de las gentes cuando Jorge de Poděbrady fue elegido rey de Bohemia. Y Otto sentía también el gentío que se congregaba en la plaza por Navidad para acudir al mercado a comprar dulces y la carpa que habría de servir de suculento plato familiar entre los sollozos de los niños de la casa, que no estaban dispuestos a comer a su querido pececito, al que habían visto revolotear en un cubo en la cocina durante unos cuantos días. O rememoraba las procesiones y paradas del día del Corpus, cuando las paredes exteriores de las iglesias y las casas se decoraban con plantas, flores y ramas y el suelo se tapizaba de verdes hierbas, carrizas, tomillo, guirnaldas, lirios y flores multicolores y se caminaba sobre una tupida alfombra vegetal mientras los niños y niñas, vestidos de un blanco inmaculado, lanzaban pétalos de rosa al aire, perfumando todo el ambiente con su aroma, a la vez que sus inocentes corazones latían bulliciosos como potrillos desbocados.

»Y a la mente de Otto venían también los grandes mítines que la asociación nacional checa de gimnasia «Sokol» realizaba a veces en la plaza, donde se agolpaban ordenadamente más de 20.000 gimnastas, debidamente uniformados con los colores checos –rojo, azul y blanco–, para manifestar su agradecimiento a la ciudad eslava de Praga y a sus habitantes, proclamando el orgullo checo en el lugar más emblemático de la ciudad praguense».


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