15/1/23

Walter Benjamin y Hannah Arendt

           Como todos bien sabéis, Walter Benjamin (Berlín:1892–Portbou:1940), filósofo, crítico, erudito, intelectual, pensador, ensayista y excelente escritor, el hombre de la mente portentosa, protagonista de Papeles de Benjamin, se ha ido convirtiendo durante los últimos años en autor de culto y una de las personalidades más fascinantes y atractivas de la modernidad.



          Ha sido Hannah Arendt, la que le llamaba «Benji», su amiga del exilio parisiense –refugiados y apátridas ambos en la ciudad de la luz, y reunidos nuevamente en Marsella en septiembre de 1940 buscando, como tantas otras ratas enjauladas, salvar la vida y salir de Francia a toda prisa e ir a Estados Unidos–, quien ha presentado a Walter Benjamin de la manera más adecuada y completa. Y acaso haya sido Hannah Arendt quien ha sido capaz de transmitir a la posteridad la imagen más certera de su amigo, al que unas veces veía como un personaje rodeado de misterio y otras como el eterno niño mimado que no quería llegar a la edad adulta.

 

 

          Para Arendt (Hombres en tiempos de oscuridad), Benjamin no era un especialista, pero «su erudición era grande»; no era un filólogo, pero «se interesaba por los textos y su interpretación»; no era un teólogo ni estaba especialmente interesado por la Biblia, pero «se sentía poderosamente atraído por la teología y la hermenéutica de las Escrituras». Era un escritor nato, pero «su máxima ambición era producir trabajos que se compusieran enteramente de citas»; no era un traductor, pero «fue el primer alemán en traducir a Proust y a Saint-John Perse, y antes ya había traducido Tableaux parisiens, de Baudelaire», la segunda sección de Les fleurs du mal; no era crítico literario, pero «hizo reseñas de libros y escribió varios ensayos sobre escritores muertos y vivos»; no fue un historiador literario, pero «escribió un libro sobre el barroco alemán y legó un voluminoso estudio inacabado sobre el siglo XIX francés»; no era un filósofo –aunque así lo consideraban Theodor W. Adorno y Gershom Scholem– ni un poeta, pero «pensaba poéticamente» y poblaba de ingeniosas metáforas e imágenes sorprendentes su pensamiento y todos sus escritos.


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