3/3/23

El legado de los Papeles de Benjamin

 

       Hemos logrado saber unos cuantos datos, tal como se acredita en Papeles de Benjamin,  de la famosa cartera negra y el valiosísimo manuscrito que Walter Benjamin llevaba en ella y que consideraba más importante que su vida.

          Sin embargo, del famoso manuscrito autógrafo que Benjamin llevaba consigo en la pesada cartera negra de cuero, muy gastada por el uso, que tanto se ha buscado desde su muerte, nunca hasta Papeles de Benjamin se había había sabido nada.

          Al inicio del manuscrito autógrafo que nos ha legado, tal como se recoge en Papeles de Benjamin, Walter escribe el 15 de julio de 1940, el día en que cumple 48 años y se encontraba refugiado en Lourdes, después de haber huido de París a la llegada de las tropas alemanas:

 

«¿Quién eres tú, Walter? ¿Qué eres tú, Benjamin? ¿A cuántos seres acoges en una sola persona, Walter Benjamin?».

   

        Y en la página siguiente de su manuscrito, ese mismo día, Benjamin escribe lo siguiente:

   

«Lo que a ti ahora te corresponde, en este tiempo de muerte y destrucción, en este tiempo de ruinas, es escribir tu legado, narrar la novela que cada uno lleva consigo, contar tu vida entendida como una novela en marcha y dar a conocer al mundo la obra de arte propia, personal y no transferible ni delegable, tus Papeles».

 


          Aunque el lector habrá de esperar hasta el final de los Papeles de Benjamin para poder leer lo que el propio Benjamin escribirá el lunes, 23 de septiembre de 1940 poco antes de acercarse a la estación Saint-Charles de Marsella para tomar el tren de la salvación que le había de llevar hacia España, apenas un par de días antes de acudir a su cita con la muerte, que le estaba esperando en Portbou–. En ese momento Benjamin se interpela a sí mismo y se pregunta acerca de quién o qué es:

 

«¿No crees que a estas alturas de la vida ya debieras ser capaz de dar respuesta a esas preguntas? Tú, el filósofo, el pensador, el teórico del arte y de la modernidad, el incomprendido, que, sin embargo, eres capaz de abrir caminos iluminadores para comprender al ser humano moderno. Tú, a quien la picha le huele a pólvora, el que caminas –o cabalgas, más bien, aunque sea a trompicones–, de fracaso en fracaso, camino del éxito que tiene que llegar. Tú, el marxista de precisas sutilezas, aunque poliédrico y sin dogmas, que aspiras a convertirte en faro intelectual a pesar de ti mismo. Tú, el pichabrava, que te precias de interpretar el mundo y la modernidad toda y pretendes interrelacionar sabiamente el pasado y el presente en una entidad una y única, ¿y ni siquiera eres capaz de presentarte de manera adecuada a ti mismo?».




 

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