Concebida como obra de
arte, la novela en este tiempo, si quiere ser tal y como tal ser considerada
–obra literaria y creación artística, al fin y sobre todo–, se ha de someter a
las estrictas reglas de la poética o de la retórica de la novela, al arte de
hacer novelas en este tiempo, parafraseando al bueno de Lope de Vega.
Sin embargo, todo autor
que se precie –canon y contracanon–, a la vez que se somete a las estrictas
reglas de la poética o de la retórica de la novela, al arte de hacer novelas en
este tiempo, ha de promover también su ruptura y transgresión, que por la
lógica de toda creación artística, han de ser violadas. Y más aún en los
actuales tiempos de mediocridad plomiza, tiempos de vacua trivialidad, si es
que no tiempos de posverdad y transvanguardia, como algunos dicen.
Sí, ya sé que en la novela
que promovemos hay y tiene que haber artificio, que hay y tiene que haber
invención, disposición y elocución, que hay y tiene que haber toma de
decisiones –y decidir es cortar por lo sano todo lo mucho que no ha de estar
para permitir que logre ser únicamente lo que tiene que ser.
Y sé también que hay y ha
de haber, en fin, selección –y actos de reflexión, y actos de voluntad, y actos
de resolución–, que ese es el arte de la novela y ese es el arte de novelar en
este tiempo.
«La novela no examina la
realidad, sino la existencia. Y la existencia no es lo que ya ha ocurrido, la
existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre
puede llegar a ser, todo aquello de lo que es capaz», señala acertadamente
Milan Kundera en El arte de la novela.
Esta es la perspectiva desde
la que concebimos la novela postmoderna, que es y ha de ser también
mistificación, escritura desatada e imitación compuesta. La novela, nowwwela o nowebla que buscamos es y ha de ser finalmente
una mesa de trucos, tapiz de diversos y bien entrelazados hilos y composición
coral, al fin, si bien se lee.
Por ello la obra de arte
que hoy día se presenta bajo el marbete de «novela» se adscribe a un género
proteico y misceláneo por excelencia: En ella cabe todo, se presta a todo,
incluso a cualquier capricho de un ser experimentado que se las sabe casi todas
y quiere y desea nuevos goces, una vuelta de tuerca más en la serie literaria,
en el canon concebido y conocido bajo el rótulo de novela.
La novela así entendida no
ha de renunciar por ello a los sabios principios de la retórica clásica, «utile
et dulce», o más propiamente «miscere utile dulci», como pide Horacio en Ad Pisones, enseñar deleitando; a la vez
que es y ha de ser expresión estética de la ética humana (“Nulla aesthetica
sine ethica”): Responsabilidad ética para analizar críticamente el pasado y
críticamente comprometerse con el presente, corresponsabilidad ética con el
mundo que hemos de dejar hacia el futuro.
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