Con esa preciosa frase concluía su post hace unos días un buen villahibierense y amigo, Alejandro González Martínez, cuando hacía público que en la biblioteca de Las Escuelas habían dejado un ejemplar de Sinfonía de Praga para solaz y disfrute de los vecinos del pueblo de Villahibiera.
Y para
acreditarlo, colgaba la foto que aparece abajo.
¡Cómo no
va a reivindicar uno a su tierra y a sus gentes cuando recibe estos gestos tan
generosos!
Espero
que muchos villahibierenses se puedan acercar así a Sinfonía de Praga,
esa nowwwela
o nowebla, mesa de trucos, tapiz de diversos y bien entrelazados
hilos y composición coral, al fin, si bien se lee.
Novela que ofrece al lector un relato bien estructurado, una peripecia motivadora —hechos sorprendentes que conectan
el pasado de los años 30 y 40 de la Europa del siglo XX durante la Segunda Guerra
Mundial, con el más rabioso presente—,
una voluntad de estilo que cautiva y una anagnórisis final que sorprende y
arroba.
Y aunque es justo y necesario que el creador de una obra literaria ofrezca al lector esos cuatro elementos —relato bien estructurado, peripecia motivadora, voluntad de estilo y anagnórisis final sorprendente—, ha de ofrecerle mucho más: Ha de ofrecerle una cosmovisión poderosa que cree un nuevo mundo y que cree un nuevo lector y permita a este ser más, ser otro y distinto a lo que era en el momento en que inició la lectura de la obra.
Voluntad
ética y estética conjuntadas (Expresión estética de la ética humana).
Ahí estamos; ahí queremos estar, tan bien acompañados; ahí está Sinfonía
de Praga.
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