¡Veselé Velikonoce (¡Felices Pascuas!) a tantas amigas y amigos checos!
Tras comer mucho corderito de Pascua (Velikonoční beránek) y sobrevivir al Jueves
y Viernes santo (Zelený čtvrtek y Velký pátek), se ha de superar el
Domingo de Pascua (Velikonoční neděle)
para llegar al Lunes de Pascua (Velikonoční
pondělí).
¡Cuidado, entonces, que hay mucha pomlázka suelta y ansiosa!
Y si queréis saber más podéis acercaros a leer un par
de páginas del Diario de Lieserl Einstein del 6 de abril de 1942 en esa novela
que tú y yo sabemos (Págs. 342 y stes.):
6.IV 1942. Tradiciones seculares, o en la vida todo es
sexo: Asociadas a la Semana Santa y a
la Pascua, cada pueblo o región, aparte de un complejo ritual religioso
conmemorando la pasión, muerte y resurrección de Cristo, presenta una rica y
variada panoplia de tradiciones seculares, firmemente asentadas en la cultura
popular, que tienen que ver en muchos casos con ancestrales festejos que
celebran el fin del invierno y la llegada de la primavera.
Muchas de esas tradiciones de
Pascua tienen al huevo como objeto de culto y de deseo; el huevo, que podrá
estar bien pintado y decorado —tal como los preparan en las tierras checas—, o
podrá estar relleno de dulce, e incluso ser todo él de chocolate —como hacen en
otras regiones y países—; el huevo que, como símbolo de vida que es, se ha de
asociar al óvulo y al ovario, si se trata de las hembras; y si se trata de los
machos, no representa otra cosa que los testículos masculinos —muchas culturas
igualan los testículos de los machos a los huevos, y huevos se los denomina en muchos casos—; el huevo, íntimamente
asociado a la sexualidad, al deseo sexual y, en suma, a la fertilidad.
En estas tierras checas, tras
comer mucho corderito de Pascua (Velikonoční
beránek), bizcocho de harina, huevos y azúcar, adornado con una cinta roja
y una ramita verde en la boca, y sobrevivir al Jueves y Viernes santo (Zelený čtvrtek, Jueves verde y Velký pátek,
Gran Viernes), después de superar el Domingo de Pascua (Velikonoční neděle), llega al fin el Lunes de Pascua (Velikonoční pondělí), un día en el que
hombres y mujeres retoman papeles ancestrales firmemente asentados en la
tradición.
El Lunes de Pascua los hombres, y
aun los jóvenes y los niños —que hay que diferenciar rápidamente los roles y aprender
desde muy pronto, cuanto más pronto mejor— se proveen de unas varas finas y
flexibles de mimbre, que habitualmente trenzan y enlazan entre sí con maestría
(pomlázka, lo llaman), y se dedican
durante toda la mañana, hasta el mediodía, a recorrer las calles, las plazas y
las casas de cada aldea y ciudad buscando mujeres, buscando mozas y niñas,
casadas y solteras, guapas y feas, altas y bajas, rubias y morenas para
azotarlas con su pomlázka en el culo,
en las nalgas y en la espalda. Y si a veces lo hacen con cariño y afecto, en
otros casos —sobre todo cuando ya han bebido unas cuantas copas de más y van
más borrachos que una cuba— golpean con poca delicadeza y hasta con saña a toda
hembra que localizan o les sale al encuentro, mientras cantan:
«Hody hody doprovody
Dejte
vejce malovaný».
Y tras cada hembra a la que
azotan van atando una cinta más de vistosos colores en su manojo de varas, de
manera que al final de la larga sesión, que comienza al rayar el alba y que
acaba a mediodía, se concluye la competición viril y se constata quién es el
más macho de entre todos ellos, quién es el que ha azotado a más hembras, quién
es el que más coloreadas cintas tiene colgadas en el extremo de su pomlázka.
Y si no lo hubiera visto con
estos mis ojos, antes de retornar esta tarde a Praga —he pasado el fin de
semana en Stará Boleslav, la hermosa ciudad en la que el príncipe Wenceslao fue
asesinado por su hermano, y he podido ver en vivo y desde dentro los
preparativos de ellos con sus varas de mimbre y de ellas con sus huevos para la
gran fiesta que se avecinaba el Lunes de Pascua y la ansiedad que de todos
irradiaba—, me sería difícil de creer y lo tomaría más como leyenda antigua que
como realidad histórica contrastada que he vivido en mis propias carnes —que
algunos vergajazos de pomlázka he recibido.
Y a todo esto las mujeres qué.
Pues a cambio de los azotes y a pesar del racionamiento y la escasez en que
vivimos se las ingenian para ofrecer a los machos deliciosos dulces (sladkosti), ansiados licores (panáky) y unos preciosos huevos (malovaná
vejce) que han estado preparando durante los días previos,
decorándolos y pintándolos de vistosos colores. Y, según me dicen, los colores
con que pintan los huevos tienen su significado y su valor simbólico, de manera
que si al hombre que te vapulea con su pomlázka
le entregas un huevo pintado de rojo le estás diciendo que te gusta, que le
deseas, que estás dispuesta a acostarte con él y a ir a su casa a que te enseñe
su colección de mariposas. Aunque hay también quien dice que el valor de los
colores es cierto, pero no hay que asociarlo a los huevos sino a los colores de
las cintas que las mujeres atan al extremo de la pomlázka una vez que las han golpeado.
Tradiciones seculares y
ancestrales, canto a la sexualidad explícita, donde la pomlázka del Lunes de Pascua es un pene enhiesto, ansioso, al que
ya le gustaría copular con ellas, penetrar a cada mujer, a cada hembra a la que
solo puede azotar. Y a la inversa, cada huevo que se regala no es otra cosa que
un deseo de sexo, de testículos masculinos a los que acoger, de ansiada
fertilidad que consumar.
Y a todo esto las mujeres
deseando que las flagelen para sentirse guapas y sanas («krásné a zdravé»,
dicen) durante todo el año, salud y belleza, bienestar y sexo deseado y deseable,
a la búsqueda de la fertilidad, aunque luego tengan que estar dos días en pie
porque no pueden sentarse del dolor que sienten si lo intentan. De manera que
aquellas pocas que rechazan someterse a los ritos ancestrales y que se resisten
o se niegan a participar activamente en la tradición secular son consideradas
unas machorras, unas solteronas bigotudas, si es que no unas brujas mojigatas
que se aíslan y deben ser excluidas de la sociedad. Por no mencionar el
dolorido sentir de aquella mujer a la que nadie ha venido a golpear el Lunes de
Pascua con las varas de mimbre, que se siente sola, profundamente desgraciada,
frustrada y triste, con una tristeza infinita, como alma en pena, sin perrito
que la ladre.
Y la tradición ancestral en
algunas regiones puede incluir también agua, mucha agua, agüita fresca —y hasta
perfumes—, que las mujeres arrojan sobre los hombres el Lunes de Pascua por la
tarde, en respuesta y desagravio a los azotes que han recibido de ellos durante
toda la mañana. Agüita fresca, que si a veces puede ser interpretada como una
forma de enfriar el ardor sexual de los machos, que han estado revoloteando y
floriteando excitados durante toda la mañana, azotando los culos de todas las
hembras que han tenido a su alcance, en otros casos puede ser considerada como
otro excitante más, que simboliza el chorro con el que a las hembras les
gustaría ser poseídas y fertilizadas por ellos.
Tradiciones seculares, o todo en
la vida es sexo. ¿O búsqueda de la fertilidad, de la procreación, de la perpetuación?
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