Tal día como hoy, en Praga, si
miras sin hacer ruido, para que no te sienta; sí, ahí, bajo esa luz tenue y
mortecina, puedes ver a Lieserl Einstein escribiendo, tan callada, aunque muy enfurecida.
En la Praga milenaria y mágica, Lieserl está escribiendo su Diario: cuenta historias de
la época, narra sucesos y personajes de la época y, al escribir, se narra a sí
misma y nos narra el mundo, el presente cambiante que le está tocando vivir en esa
Europa bulliciosa y atropellada de los años 30 del siglo pasado, que va camino
de la tragedia y de la guerra mundial que todo lo ha de trastocar:
16.III 1939. El Presidente
Hácha y el ministro de Exteriores han cedido ante Hitler en Berlín y se han
rendido ante sus amenazas. Checoslovaquia ha dejado de existir como país
soberano. Las tropas alemanas han entrado en nuestro territorio y han llegado
hasta Praga sin límite ni miramiento alguno, como si esta fuera su casa, porque
ahora somos su casa. Somos lo que somos o lo que quieren que seamos. O mejor
citar a K y a su diario: «Lo que somos, lo somos, pero lo que somos es judíos».
Y Hitler ha
venido esta tarde hasta el Castillo de Praga para apoderarse de un sitio tan
emblemático para la nación checa y proclamar desde allí el Protectorado de
Bohemia y Moravia. El líder nazi, con su rectangular y ridículo bigotito,
asomado al balcón, con Praga aplastada al fondo del valle del Moldava,
humillada en su fastuosidad secular, y desde lo alto del Castillo, con el
Moldava y sus puentes como humildes servidores, lamiendo los pies al nuevo amo
y señor, proclamando, triunfante, el Reichsprotektorat
Böhmen und Mähren, ya que, como no le fue suficiente con apoderarse de los
Sudetes, ahora el protectorado pasa a formar parte del triunfante Reich alemán y de su Führer.
Fragmento de esa novela
que tú y yo sabemos (Págs. 295-296).
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