28/11/19

Va de poesía...




y de afectos compartidos. Va de encuentros en la tarde madrileña en la intimidad de una librería acogedora (Los Editores, en la calle Gurtubay: ¡pura delicia!).

Va de amigos en la creación literaria y de leoneses por el mundo, digo de leoneses en Madrid. Va de Antonio Manilla y su delicado libro de poesía Suavemente ribera, XXI Premio Internacional de Poesía Generación del 27.




Va de un encuentro con Andrés Trapiello, tan grato y evocador, para rememorar juntos a Juan Ramón Jiménez en su centenario, allá por 1981. Va de la revista Poesía —¡oh, tiempos aquellos, que ya no son estos! ¿o sí?; tiempos jóvenes e indocumentados, de esperanzas vanas—. Va de Mario Hernández y de Kevin Power y de Trece de nieve y de Gonzalo Armero. Va de un cuadro de Fernando Zóbel que yo muy bien me sé y del que nada voy a decir.



Va muy especialmente de un libro de poesía —sí, de poesía; de poesía en estos tiempos que corren, tiempos de banalidad del bienestar, tiempos de mediocridad plomiza y hasta de vacua trivialidad, como aparece escrito en la Pág. 323 de una novela que tú y yo sabemos.



Va de tiempo de poesía de un libro contenido y muy hermoso para saborear muy, muy, muy lentamente. Va del poema “Por la llanura del tiempo”, el precioso epílogo que cierra el libro Suavemente ribera de Antonio Manilla:


Yo soy de donde voy.



Fronteras y banderas

son una misma aduana:

ninguna me detiene.



En el camino,

es mío el hondo mundo:

sus fragantes jardines

sombreados

y las oscuras fuentes

de las que mana, puro,

el enemigo tiempo.



Por su extensa llanura,

día a día,

me dirijo hacia mí

con cansancio en los pasos.



Voy a un país sin límites;

la patria sin fronteras de la muerte.


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