Estamos
enfrascados estos días con la nueva edición, revisada y aumentada (Barcelona,
Editorial Destino, 2019), de Las armas y las letras. Literatura y guerra
civil (1936-1939), de Andrés Trapiello, mi paisano de las cada vez más vaciadas
tierras leonesas (aún recuerdo las clases de Dibujo que me dio su tío César
Trapiello cuando yo era un chaval desarrapado y ansioso de doce años, aunque
solo sea porque el Dibujo fue el único suspenso que tengo en mi historial
académico y don César me obligó a ir al examen de septiembre).
Aunque no es el
único juguete que tengo entre manos —como muy bien saben nuestros
amigos, hay un Working in progress en camino y los papeles que guardaba Walter Benjamin en la vieja
cartera de piel que llevaba consigo cuando se suicidó aquel día infausto de 26
de septiembre de 1940 ocupan buena parte de mis afanes—, estoy disfrutando nuevamente con
el texto y la música que se desborda a raudales de esta nueva edición del libro
de Trapiello, recomendable a todas luces en los tiempos que corren.
Y sí, me gusta el
texto, y acaso más aún las imágenes que el libro integra y que nos hacen
revivir aquellos tiempos, que no son estos, ¿o sí, aunque de otra manera? ¡Pobres
de nosotros! La tercera España, cada vez más extensa y sufriente.
Y sí, me gusta
Trapiello y su amor a los libros —¡quién
pudiera adentrarse en su biblioteca!—; me gusta su amor al papel y a la
tipografía de los libros —me recuerda a JRJ, al que
tanto admiro, y muy especialmente después de haber tenido ocasión de disfrutar
de materiales de primera mano que pasaron antes por las suyas: ¡mi tesina con
el título de Biografía y bibliografía de Juan Ramón Jiménez, allá por
el ya lejano año de 1980, tiene la culpa!
Y me gusta también su Salón de pasos perdidos,
ese diario admirable en el que ya lleva publicados 22 volúmenes (Diligencias,
Valencia, Editorial Pre-Textos, 2018, es el último publicado hasta ahora, si no
me equivoco) ¡Pobre Karl Ove Knausgård, si algo se hubiera creído!
Y me gusta su amor a don Miguel de Cervantes y al Quijote,
que nos ha puesto en el román paladino de los tiempos que corren para disfrute
de los pobres mortales en este mundo desatado y
confuso —tiempos de banalidad del bienestar, tiempos de mediocridad plomiza y
hasta de vacua trivialidad—, que
se dice en esa novela que tú y yo sabemos (Pág. 323) cuando se reflexiona
sobre el arte del silencio, si es que no sobre el silencio del arte a
partir de 4’33’’, la pieza insonora
de John Cage —la música siempre acompañándonos.
Y me gusta casi todo lo que hace y escribe Andrés
Trapiello. Vamos, que casi compartiría con él hasta el aliento, como le he
dicho hace pocos días a mi buen amigo el periodista Eduardo Aguirre.
Y sí, los libros,
los buenos libros —que también los hay malos, y son muchos,
¡son tantos, demasiados!—, los excelentes libros como Las armas y las letras.
Literatura y guerra civil (1936-1939) de Andrés Trapiello
son un magnífico escape para estos tiempos de banalidad del bienestar, tiempos
de mediocridad plomiza y hasta de vacua trivialidad. Animaos, pues, con un excelente
libro entre las manos.
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