y de afectos
compartidos. Va de encuentros en la tarde madrileña en la intimidad de una
librería acogedora (Los Editores, en la calle Gurtubay: ¡pura delicia!).
Va de amigos en
la creación literaria y de leoneses por el mundo, digo de leoneses en Madrid. Va
de Antonio Manilla y su delicado libro de poesía Suavemente ribera, XXI
Premio Internacional de Poesía Generación del 27.
Va de
un encuentro con Andrés Trapiello, tan grato y evocador, para rememorar juntos a
Juan Ramón Jiménez en su centenario, allá por 1981. Va de la revista Poesía —¡oh,
tiempos aquellos, que ya no son estos! ¿o sí?; tiempos
jóvenes e indocumentados,
de esperanzas vanas—. Va de Mario Hernández y de Kevin
Power y de Trece de nieve y de Gonzalo Armero. Va de un cuadro de Fernando
Zóbel que yo muy bien me sé y del que nada voy a decir.
Va muy
especialmente de un libro de poesía —sí, de
poesía; de poesía en estos tiempos que corren, tiempos
de banalidad del bienestar, tiempos de mediocridad plomiza y hasta de vacua
trivialidad, como aparece escrito en la Pág. 323 de una novela que tú y yo
sabemos.
Va de tiempo de poesía de un libro contenido y muy
hermoso para saborear muy, muy, muy lentamente. Va del poema “Por la llanura
del tiempo”, el precioso epílogo que cierra el libro Suavemente ribera de Antonio Manilla:
Yo soy de donde voy.
Fronteras y banderas
son una misma aduana:
ninguna me detiene.
En el camino,
es mío el hondo mundo:
sus fragantes jardines
sombreados
y las oscuras fuentes
de las que mana, puro,
el enemigo tiempo.
Por su extensa llanura,
día a día,
me dirijo hacia mí
con cansancio en los pasos.
Voy a un país sin límites;
la patria sin fronteras de la muerte.
Va de encontrar personas sensibles y nobles...va de León. Un placer
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