La historia de Sinfonía
de Praga es contada desde la primera persona por un narrador que actúa
asimismo como personaje del invento o artefacto. Y si son importantes y
precisas las indicaciones acerca de unas y otras fechas por las que transita la
peripecia, acaso una de las más importantes sea la del 13 de enero de 2010, en
la que el narrador toma la decisión de contar la historia, una historia que
está viviendo muy de cerca, que ha venido a sus manos sin buscarla, o que
alguien, más bien, le ha hecho llegar. Merecerá la pena, según creo, analizar
cuándo sucede eso, cómo y por qué.
Ay, deliciosa mañana
cenital del 13 de enero de 2010 —sin necesidad de un trocito de magdalena
mojado en la taza de té de tía Léonie [que algunos prefieren nombrar como tía
Leoncia]—, con una extensa capa de blanca nieve cubriéndolo todo y sepultando a
Praga bajo un brillante y luminoso manto blanco —los sonidos tamizados, tenues,
silenciosos; la luz intensa, multiplicada y densa—, en la que nos encontramos
al narrador dividido: por un lado está su cuerpo, completamente apaleado y
molido; por otro su mente, que se agita, bulliciosa y escrutadora. Pero al
mismo tiempo, otra parte de su mente se encuentra en otro sitio, maquinando por
otros pagos de esta historia. Y, de pronto, llega un zas, sobreviene un clip:
tenemos una historia, tenemos un relato... y tenemos un narrador que ha sido
elegido para que la cuente ordenadamente y al por menudo.
Y no puedo por menos de
llamar la atención al lector sobre la capa de nieve que recubría cualquier
lugar al que se dirigiera la vista desde la ventana de la habitación a través de
la que observa nuestro narrador, que escribe:
«El mundo estaba ahí, a mi lado, rodeándome: ¡Yo lo
sabía bien! Podía reconocer cada pequeño recoveco, cada insignificante detalle,
cada árbol joven o añoso, cada seto, cada oquedad, cada teja ennegrecida, aunque
ahora todo estuviera cubierto por un cúmulo de blanca nieve: ¡Yo podía
contarlo! ¡Había sido elegido para contarlo!».
Del “Prospecto” de Sinfonía de Praga
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